Dicen que el paso de los días y el aumento de la edad se perciben en el número de velas de tu tarta de cumpleaños y en la cantidad de recetas que te prescriben... Aun siendo cierto, hay, sin embargo, otros síntomas. A saber: levantarse de la cama a plazos, el anhelo de paz y una creciente inapetencia de eventos sociales y demás movidas... No falta, igualmente, un ir dispersándose... Este último factor puede conducir a situaciones un tanto incómodas o ridículas...
NO HACE MUCHO (la relativa medición del tiempo es otra característica del envejecimiento) estabas en un hotel. Entraste –lo contaste ya- en uno de sus ascensores. Y buscaste, como es costumbre, esa especie de calculadora aferrada a una pared que le sirve a uno para escoger el piso al que desea ir. Se cerraron las puertas. Y fue en ese preciso y aterrador momento en el que te diste cuenta de que ese tablero de marras brillaba por su ausencia. Buscaste, con ansiedad, en todos los recovecos del infernal transportador pero no hallaste más que el más absoluto de los vacíos. Cómo se moverá esto –te preguntaste-. Caíste en la cuenta de que, tal vez, las órdenes debían darse de viva voz, así que exclamaste: «Al tercer»... El ascensor ni se inmutó. Lo intentaste luego en castellano: «Tercer piso». Idéntico resultado. Optaste, finalmente, por el inglés: «Third floor, please»... Sin cambios. Y aunque no sabes francés, pudiste llegar a un «Troisiéme étage, s'il vous plaît»... Negativo. El problema es que regresabas de un spa, ibas en bañador (afortunadamente no simulaba la piel de un tigre), batín corto y chancletas... Tras unos minutos que se te hicieron eternos, las puertas se abrieron y una pareja de ancianos te miró de arriba abajo con sarcástica sonrisa... Te dijeron algo parecido a lo que ahora transcribirás y que no entendiste, pero que, a toda luces, no era nada bueno: «Diese Spanier wissen nichts...». Como envejecer no implica mudarse en gilipollas, les contestaste amablemente con un «iros a tomar por saco», frase que tampoco ellos comprendieron vista la reverencia que te efectuaron. Ya en recepción te explicaron, condescendientemente, que era preciso primero solicitar el piso en el mismo hall, antes de subirse al ascensor... Aquello, de verdad, te hizo sentir como l'amo en Xec...
Un síntoma casual de envejecimiento no es preocupante, pero cuando a eso le añades que, en cierta ocasión, te tragaste el medicamento de tu perro en vez del tuyo propio, para mayor regodeo de los médicos de Urgencias a los que consultaste o que llamaste a una amiga para pedirle su número de teléfono -el que acababas de marcar- la cosa presenta ya visos de gravedad...
Y hablando de números telefónicos...
-¿Te acuerdas?
Te acuerdas de la grabación que realizaste para el contestador de tu teléfono móvil... Retengan la palabra «móvil». La susodicha grabación rezaba así: «Hola, has llamado a Juan Luis Hernández. En estos momentos no estoy en casa...».
Obviarás otros lapsus que suelen ser más normales: como no saber dónde has aparcado el coche o denunciar su robo cuando lo creías en cochera y estaba en la calle o...
PERO LO ÚLTIMO FUE... Herviste pescado, lo rodeaste de rica ensalada, lo aliñaste y, finalmente, satisfecho, te dispusiste a cenar... Cuando los manjares entraron en tu boca, un sabor nauseabundo te impulsó a vomitarlos... Fue entonces cuando te percataste de que habías confundido el aceite con el lavavajillas, de idéntico color y marca blanca que reposaba, aparentemente inane, sobre el mármol de la cocina. De lo que se desprende que no es recomendable adquirir lavavajillas de color amarillo... El problema se agravó cuando saliste a la calle lanzando, sin querer, pompas de jabón por doquier y algún malnacido te denunció al presuponer que tenías la rabia...
Pues eso: no se crean todas esas odas a la vejez, no den crédito a lo que Cicerón dijo sobre la misma, no busquen sus ventajas en libros de autoayuda... Envejecer es un coñazo... Y lo dices de corazón y con una boca limpia, limpísima...