Les extrañará el título –lo sabes-. El número se corresponde con la habitación y la letra indica que tu cama era la más próxima a la puerta. De tu reciente paso por el 'Mateu Orfila' han transcurrido, ya, dos meses. Te acogió un 29 de agosto y te despidió un seis de septiembre. Dejaste luego de escribir un tiempo, porque necesitabas un receso. Pero ahora reemprendes estas reflexiones semanales para dedicar la primera a esa otra casa, inesperada, de la que todos, tarde o temprano, acabaréis siendo huéspedes. Y lo haces con la intención de hablar de cuantos te atendieron o de conceptos, tan en desuso, hoy, como vocación, dolor, aprendizaje y gratitud. A la postre –lo adelantas- intentas esbozar un sentido homenaje a esa sanidad pública, maltratada, en ocasiones; infravalorada frecuentemente, pero excelente, siempre...
- Regresabas a tu habitación tras la realización de una prueba... Bromeabas con quien te conducía por esos pasillos interminables, sobre si, en alguna ocasión, se les había perdido un paciente... ¿Recuerdas?
- Lo recuerdas. Te aseguró, entre sonrisas, que no y la creíste. Luego el tono de la conversación se hizo más solemne. Le expresaste a la auxiliar tu admiración por el trato que estabas recibiendo y...
-Y ella –muy joven- te respondió que a aquello se le denominaba vocación; que su trabajo la había mejorado como persona; que el dolor vivido la había humanizado; que entrar ahí, en ese hospital, había sido una de las mejores cosas que le habían ocurrido en su vida. Y acabó diciéndote –y volviste a creerla- que esos sentimientos eran compartidos por sus compañeros y compañeras...
Y tú, ahora, das fe de ello.
- Es estadísticamente imposible –te cuentas- que...
- Que en esos ocho días, a tres turnos por jornada, no hubieras sido receptor de ninguna descortesía y, sí, de infinidad de muestras de profesionalidad, entrega (la que iba más allá de lo estipulado en los contratos), trabajo duro, sensibilidad, trato excelente y caridad a raudales...
Las estadísticas, a la postre, son solo eso...
Puede que debiera hablarse más del dolor que se agazapa, imperturbable, en las esquinas, lejanas o no, de vuestras existencias, porque os haría humildes. O de la muerte, cierta, cuya visita, por desconocida, no es registrada en agenda alguna, porque recolocaríais vuestras escalas de valores, adquiriendo conciencia de que no sois propietarios de nada, tan solo usuarios temporales de un poder que no ponéis al servicio de los demás y de un dinero que, irremediablemente, malgastáis...
Ese equipo de profesionales que te atendió en la 204P no piensa en el dolor y en la muerte, por la simple razón de que convive con ellos. Por eso la auxiliar te habló de vocación y no de sueldo, de servicio y no de cargo... De ahí su ejemplaridad. Y la de Pilar, tu doctora de cabecera, o la de Victoria, tu enfermera, en otros espacios... Gracias.
Esa estancia en el Hospital Mateu Orfila –lo sabes- te hizo evocar un hermosísimo texto de Carl Sagan, referido a una foto tomada desde la sonda espacial Voyager en 1990 y en la que la Tierra, a seis mil millones de kilómetros, aparecía como un insignificante punto azul en la inmensidad del cosmos. El astrónomo afirmaba: «Piensa en las interminables crueldades cometidas por los habitantes de un lugar del punto sobre los apenas distinguibles habitantes de alguna otra parte del punto. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse unos a otros, como de fervientes sus odios. Todo lo pone en cuestión ese punto de luz pálida. En mi opinión no hay mejor demostración de la locura que es la soberbia humana que esa distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí recalca la responsabilidad que tenemos de tratarnos los unos a los otros con más amabilidad y compasión».
Quienes se ocuparon de ti en la 204P aprendieron y aplicaron, desde hace ya tiempo, esa hermosa moraleja final. Quizás no pensaron (en) ni vieron ese punto azul... Pero, sin duda, lo mejoran –y mejorarán- cada día...