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El anciano entra, lentamente, en el Senado. Ha recorrido, para ello, tres mil doscientos kilómetros. En su rostro (sobre su ojo izquierdo el color púrpura se muda en trotaconventos indiscreto) se pueden observar, con nitidez hiriente, las consecuencias de la operación a la que acaba de someterse a causa de un voraz cáncer cerebral. Tiene ochenta años. Las imágenes dan la vuelta al mundo y se iteran, afortunadamente. Son ejemplarizantes. Puede que el dolor, que de seguro siente, únicamente se mitigue gracias a la ovación, repleta de ternura, de sus compañeros de partido. Fue un héroe –recuerda el presentador del telediario interminable-. Lo es –te dices-. Y a pesar de que los republicanos estadounidenses no son santos de tu devoción, admiras a ése, por su singularidad, por sus agallas… Viene a combatir a Trump, compañero de partido. A dejar claro que su conciencia está muy por encima de la disciplina de partido. A defender la tímida reforma sanitaria de Obama, un demócrata. Viene con altivez no anhelada, pero presente, muy presente, en su envejecido cuerpo. Aún no lo sabe. Pero, junto a la inestimable ayuda de otras dos rebeldes republicanas con causa, ganará una nueva batalla, puede que la última… Lo admiras.

El anciano entra, lentamente, en el Senado… Y no contento, todavía, con derrotar a un presidente con nombre de dibujo animado, pero sin la gracia de éste, pronuncia con dignidad asombrosa un también asombroso discurso en el que aboga por el entendimiento de formaciones ideológicas rivales cuando lo que está en juego es clave para el buen funcionamiento de un país (¿qué más importante puede haber que la asistencia sanitaria a sus ciudadanos?). «Hemos de confiar unos en otros (…) porque insistimos en querer ganar sin buscar la ayuda del que está al otro lado del pasillo. No estamos logrando nada, compañeros míos…». Y McCain continúa: «Yo mismo he dejado a veces que la pasión gobierne mi razón (…). Dedicarse a impedir que tus oponentes políticos cumplan sus metas no es el trabajo más inspirador. La mayor satisfacción es respetar nuestras diferencias, pero sin impedir los acuerdos». Chapeau!

2 Apagas el televisor. Y se apodera de ti una envidia profunda… ¿Dónde están los 'McCain' de tu país? Revisas la clase política actual: hay quien niega la vergonzosa evidencia de la ciénaga en la que tantos han chapoteado. No falta el ególatra que, con hueca gestualidad presidencialista, suelta altisonantes ambigüedades que jamás concreta, por no tener ni pajorera idea de lo que está hablando. Un tercero se deja arrastrar por el odio mamado y, desde la infame incoherencia, confunde utopía con dictadura bananera… Aparece, igualmente, el que navega en perpetua inconcreción… Por no hablar de aquellos que quieren edificar un nuevo Estado desde la ilegalidad, guiados por una representatividad que nadie les ha conferido, pero que ellos mismos se otorgan…

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¿Dónde están vuestros senadores octogenarios que son capaces de anteponer su moral a los bajos intereses de entrepierna? La pregunta es –lo sabes- puramente retórica…

El futuro no pinta bien. Solo hace cuatro décadas hubo algunos 'McCain' en la España eternamente partida. Hace poco reviviste su heroísmo. Tienen nombres propios: Suárez, Mellado, Carrillo y otros tantos… A quienes dudan de ese milagro (entre ellos niñatos que nada de eso vivieron) les recomiendas que visiten la exposición que se ha instalado en Madrid sobre la Transición… Puede –aunque lo dudas- que aprendan algo…

Ningún senador, ningún diputado (puede que exista alguna excepción) entra hoy en una cámara con la dignidad de ese anciano estadounidense. A vuestra clase política presente le falta preparación, conciencia, valor y amor hacia quien dice servir… Y le sobra egocentrismo, intereses, visceralidad, prisas… Y así os va. La nación se muere de cáncer, pero es un cáncer muy distinto al del senador McCain… Para el vuestro –temes- no hay intervención quirúrgica que valga…