Alguien de tu barrio dice que vuestra sociedad está enferma… Lo tildan de loco. A la postre, a nadie le gusta vivir en un hospital. Pero él insiste… Y dice –lo sabes- verdad…
Tú añades que el entorno es apocalíptico. Aún a costa de que te señalen, también a ti, con el dedo. Pero ves a gente enfurecida – puede que con razón-; a ciudadanos que tiraron por el retrete valores éticos y que buscan ahora sucedáneos de marca blanca y libros de auto ayuda; a contemporáneos que caminan a gran velocidad, pero sin saber, exactamente, hacia donde; a muchos que jamás se detienen para averiguar si lo que dicen, sienten, piensan, hacen o dejan de hacer está bien, convencidos –y guiados por textos en los que se les habla de personas tóxicas- de que los descarriados son otros… El obrero se siente manipulado por unos hilos que alguien mueve. Pero el asalariado desconoce la mano de quien agita esos mismos hilos. Tal vez ni el propio titiritero lo sepa. El circo ha perdido la gracia. Y su nombre es otro: multinacional… Los bancos expulsan a sus empleados y los sustituyen por máquinas que no todos saben utilizar… Los servicios de atención al cliente son números y, pronto, en las gasolineras, solo habrá sombras de familias rotas por vergonzosos despidos. Las gestiones, vía internet, como si cualquier hijo de vecino tuviera la obligación de poseerlo. Las compañías telefónicas os tienen cogidos por los huevos y las eléctricas, para qué contar. El sol se muda en sanción disfrazada de impuesto. No vayan a enfadarse los que engordan con la energía de quienes, afortunados, aún pueden pagarla. Y el viento pasa por caja, como si no fuera don de Dios… Pronto ya nadie verá a nadie, no vaya a ser que os contéis, cara a cara, vuestras penas y, al verlas compartidas, reaccionéis…
El loco dice verdad…
Dejáis de ir al cine, porque os lo meten en casa… Dejáis de visitar a quienes queréis porque para eso están los emoticonos… Dejáis de deshacer malentendidos y rompéis a la primera de cambio, porque la sociedad os ha enseñado a ser ególatras (el ególatra nunca se moviliza). Y de esta guisa, el mundo no es, hoy, más que una suma de millones de individualidades. La solidaridad, entonces, no puede medrar y quien rige el cotarro se frota las manos…
El loco dice…
Dice verdad: se mata nuevamente en nombre de Dios (sarcasmo e insufrible antítesis); se vulneran –suicidio inminente- las leyes de la Naturaleza y los carroñeros siguen fieles a su tarea: la de alimentarse de desgracia ajena. Y los buitres andan disfrazados de populismos a izquierda y derecha del desierto del desencanto… En otros lugares el sol, sin embargo, brilla por su ausencia porque una gama rica de grises cubre los cielos enlutados… El enemigo está en casa. Puede que en el 4º derecha. Ya no hay ejércitos, ni banderas que señalen, a ciencia cierta, donde está el oponente… Los contrincantes no son países, sino voraces compañías. La nube os vigila. El móvil os localiza. Y los ladrones no hurgan en las cerraduras, sino en vuestras cuentas de internet. Lo saben todo sobre vosotros sin que vosotros sepáis nada sobre ellos. Ni tan siquiera quienes son…
La basura no anida en las calles, sino en las cadenas de televisión. El cuerno de África sigue estando allí y los Macdonalds aquí…
Dicen que está loco…
Y mientras lo dicen, la ética, el arte, la filosofía, la literatura abandonan paulatinamente las aulas de vuestros institutos… Paulatinamente, para que la mano machadiana no acierte con la herida.
El loco de tu barrio dice que la sociedad está enferma -lo iteras-. Cuando le preguntan: «Qué tal», su respuesta, lacónica, es, inamovible, la misma: «¡Amanece!». La cuestión no es que amanezca, sino el paisaje que se divisa cuando las primeras luces del alba lo visibilizan… El preciso instante en el que te das cuenta de que las pesadillas nocturnas no son sino realidades matutinas…
Algo habrá que hacer –te cuestionas-.
Puede que empezar por uno mismo…