El titular de la columna no tiene mérito, es un copia y pega del título de uno de los libros infantiles que más me han gustado tener y leer. El pasado viernes mi hija de dos años espontáneamente cuando la recogía para irnos a casa, me dice «¡libro, libro!». Y entramos en la biblioteca para niños de primaria que tiene acondicionada el colegio. La única pega es que la estantería no está a la altura del niño para que él pueda elegir cuál quiere leer. Así que aupé a mi pequeña y le dije ¿cuál de los libros expuestos quería llevarse prestado?
Eligió «Un mostre sota el llit» y yo escogí «Adivina cuánto te quiero». Sabía de su ilustradora Anita Jeram, y del título. Me tiene enamorada. Pero nunca había tenido el tiempo para leerlo. Así que lo cogí.
Tuvimos un fin de semana intenso de trabajo, al ser autónoma me tengo que pluriemplear. Y pensé «no sé si me dará estos días para leerlo con mis hijos». El domingo después del chocolate a la taza, que es ritual, alargué el brazo y tanteando en mi bolso, les dije a mi familia, «¡vamos a leer estos cuentos!».
Empezamos por el de las liebres. Es que «Adivina...» es la historia de una liebre grande y otra pequeña, de color avellana. Tan sutilmente calificados porque así puedes ponerte tú de protagonista o tus hijos independientemente del sexo. La liebre grande puede ser mamá, papá, el abuelo, la tía,... Y la pequeña liebre puede ser ella o él, tus hijos, nietos, sobrinos,...
Empieza bien. Lo interesante de la historia es lo que se llegan a querer, y lo que miden para ver quién quiere más a quién. Te emocionas al final. Y es que contar un cuento, hay que contarlo con emoción. Y nosotros se la pusimos. Yo adquirí el rol de la narradora, y de animadora. Y el papá el rol de seguirme. Hicimos equipo. Nos levantábamos, estirábamos los brazos, corríamos por el salón comedor, saltábamos, ... y visualizamos el cielo, y la luna... qué belleza.
Fuimos todos niños. Un libro tan sencillo y que llega al corazón. Lo viví tan intensamente que se me acelera el corazón de recordarlo. La expresión de mis hijos, sobre todo de Amae de 2 años, levantando los brazos, riéndose, sus carrillos rosas y alguna pintada de chocolate en su pijama polar. Nadal de casi 10 meses con una expresión de alucine. Hicimos que el cuento tuviera forma, los hicimos en 3D sin necesidad de tecnología. Esa mañana de domingo nadie me la va a quitar de mi memoria, de mi retina.. No había cansancio, había la ilusión de descubrir por cada página cuánto se querían las liebres. Algo tan sencillo como coger un libro y abrirlo, te puede transformar tu ser. Tengo la necesidad de adquirirlo para la biblioteca de mis hijos.
@supervanfamily