Los votantes amanecen con arcadas, como las de los borrachos en los días recién apuntalados. Ebrios, bajan las escaleras intentando evitar las voces interiores… Todo parece estar en orden. Por las ventanas ahora entreabiertas comprueban que en el horizonte aún no asoma la globalización; que no hay ningún negro –ni mexicano- en el jardín y que su mujer/esposa desempeña el rol que le ha sido, desde siempre, encomendado. Ahora está preparando el desayuno. Las vallas que delimitan su propiedad no han sido horadadas y la verja de entrada está cerrada. Todo parece estar en orden – se repiten-. Los valores éticos y la moral están en el cubo de la basura y pronto llegará el sheriff Donald para salvaguardar las normas y las leyes de la urbanización… Ese que les sajará el miedo que, desde hace décadas, padecen… Miedo a perder su status, a lo desconocido, a tener que compartir, al pobre que pueda llamar, un día, a sus puertas…
La televisión les habla de encuestas fallidas. Ellos saben que mintieron. Que no dijeron –como buenos escribas y fariseos- lo que pensaban y, todavía peor, lo que sentían… Se puede ser racista, machista, pero sólo en la intimidad…
Pronto –pero eso no incumbe a los votantes- obreros mal pagados izarán un nuevo muro de la vergüenza que les separe de esos vecinos que hablan raro, hispano, y que son, todos, drogadictos y criminales… Y darán gracias al presidente que les ha dado ese puesto de trabajo con el que malvivir… Cuando los votantes lo visualicen oirán con mayor poderío las voces y se cerciorarán de que, efectivamente, dejaron en los contenedores su principios… América para los americanos, Inglaterra para los ingleses… ¡Dios salve a la reina! ¡Dios salve al sheriff Donald!
El sueño americano –si algún día lo hubo- no se convertirá, a la postre, en pesadilla… Ese sueño que emana de un país racista, belicista, narcisista, donde se pueden comprar y usar armas, para llorar después, donde la pena de muerte se aplica sin pudor, donde la energía nuclear os puede mandar a la mierda y donde los delincuentes muertos suelen acabar siempre siendo negros…
Algunos de los votantes se declaran incluso católicos. Sin saber que Dios estará al otro lado de la valla… O junto a esos once millones de inmigrantes que Donald-Callahan-Eastwood expulsará del paraíso… Los votantes católicos van a misa los domingos, pero rehúyen las palabras de San Pablo sobre la caridad. Los votantes católicos se rebelan justificadamente contra el aborto hoy, para aplaudir mañana la ejecución de un afroamericano… Los votantes católicos obvian también las palabras de Cristo sobre la coherencia, porque, al igual que cuando fueron preguntados en las encuestas, no dicen nunca lo que hacen o, mejor aún, no hacen nunca lo que dicen… Y la palabras seguridad y yo vencen a esa otra: justicia…
Los votantes vuelven a mirar por las ventanas entreabiertas… Todo sigue en orden: la esposa friega los platos y ningún hispano pulula por la cochera… Hicieron bien… Francia para los franceses… Austria para los austriacos…
Los votantes esquivan los espejos…
Las arcadas siguen…
Y las voces…
Su miseria, intacta… Como esa otra, peor si cabe, la de Donald-Callahan-Eastwood… La de quienes, ajenos al dolor de tantos, lo utilizan para mudarse en Moisés… Ese neo Moisés que, desde el populismo (de izquierdas o de derechas) les conducirá a la tierra prometida o se la salvaguardará…
Por eso votaron al hombre de la Torre, al hombre del boxeo, al hombre del insulto… Porque, simplemente, les garantizaba –o eso creyeron- la continuidad de sus mezquindades jamás confesadas… Efectivamente, los negros no llaman a sus puertas –ni lo harán-; los hispanos no incordian –ni lo harán-; la globalización no cruza la verja –ni lo hará-; los otros no les han hurtado su puesto de trabajo –ni lo harán-; los pobres no exigen lo suyo –ni lo harán-; los… Para eso está el sheriff Donald recién investido… Las mujeres de los votantes están ahora recogiendo la mesa…