Si visita Madrid se enamorará de ella. Llevo visitándola siempre que puedo y mi corazón está partido entre esa ciudad y la de Barcelona y la de... Los corazones deberían tener capacidad suficiente como para dar cabida a todo y a todos (salvo a esos descerebrados que, con un camión y en nombre de un Alá que no puede ser sino amor, interpretándolo a su antojo, ciegos de odio, no dudaron en masacrar a inocentes a los que ya, curiosamente, nadie podrá hablarles del propio Alá). Y los cerebros habilidad para huir de prejuicios. No conozco a ningún catalán tacaño y a ningún madrileño chulo. Y sé de lo que me hablo. Conozco a andaluces y da la curiosidad de que a quienes conozco, como currantes, pocos… El problema de este país no es una investidura –que de producirse, será cainita-. El problema de este nación es que no hemos superado aún una guerra que –como estoy harto de sostener- perdimos todos. El problema de España (¡perdón!) es que seguimos situados en el rencor, en nuestra total incapacidad de reconciliarnos…
Pretendía que fuera este un artículo jocoso. Pero lo de Niza me lo pone difícil… Pero intentaré lo que usted debe intentar… Ante la adversidad, echarle kinders a la cosa. Ante tanta miseria moral me consuela, por ejemplo, la exquisitez en el trato de Irene y de Elena y de todos los que trabajan, diariamente, en la recepción de mi hotel. Les agradezco que recuerden mi nombre tras seis meses de ausencia… Ante tanta miseria moral me quedo con lo que me dijo un taxista al saber que era de Menorca. Me preguntó porque no les queríamos, a ellos, a los madrileños… Le dije que una cosa eran los políticos y otra, muy distinta, la gente de la calle. Hay, entre ambos, un abismo… Y así nos luce el pelo –en tu caso, el poco que te queda-. Decía mi padre –no sé si su frase era suya-que el político era muy útil: servía para crear un problema donde no lo había… Barcelona y Madrid son un claro ejemplo. Visiten ambas ciudades, métanse en bares, hablen con la gente y si perciben algún atisbo de odio será simplemente puntual, porque, a diferencia de los políticos, ellos saben amar, conocen la realidad, palpan los problemas y hacen de lo cotidiano, un acto de tolerancia y dignidad…
Les prometí un artículo que procuré fuera divertido….
Empezaba así… Lo reproduzco… A la postre será éste el trabajo más caótico…
«Si viaja a Madrid usted va a correr ciertos peligros. Salvables, gracias a la generosidad de sus gentes. Se los enumero…
A.- No acuda a una piscina pública. No vaya a ser que coincida con el día del «sin bañador» y, para más inri, se tope usted con la alcaldesa dando ejemplo en acto inaugural… Por ende, a mi edad, uno no está para lucir palmito…
B.- No se acerque al Congreso de los Diputados… La primera visita fue esperpéntica. Mariano permanecía plácidamente tumbado junto a un león. Pablito se preguntaba «por qué demonios me han hecho esto», susurrando, a intervalos, melodías revolucionarias… Rivera deshojaba una margarita y recitaba unos versos de Shakespeare: «Ser o no ser»" –ya saben-. Y Pedro… Pues que como no estaba… De pronto se pusieron a contar –era el fruto de un pacto secreto: lo que «Barrio Sésamo" unió que no lo separe la ideología- 5, 7, 8, 98… Y al pasar, te agarraron… Eras el "turista» cien… Iban a nombrarte presidente… Único acuerdo al que habían llegado: «al lelo cien que pase por el Congreso, lo investimos.» Me libre entonando un ¡Visca Llucmaçanes independent!
Y ahí siguen…
Como siguen los pobres que duermen en las calles de Madrid, porque para la alcaldesa lo importante es lo de mostrar el culo; como siguen jugando al póker un pasivo, un pijo, un rencoroso y un hombre que aún no se ha dado cuenta del siglo en el que vive…
Pero, curiosamente, nos salva el pueblo –el de verdad-, el que da una limosna, el que acoge a un hijo desahuciado, el que abriga al indigente en la Gran Vía o la sonrisa de Elena o de Irene cuando entras en el hotel, mostrándote el lado más amable de una vida que los políticos se empecinan, siempre, en embrutecer…