Indicaba la semana anterior que no hay dos sin tres. En temáticas astrales, no obstante, diría yo, no hay tres sin cuatro. Hoy, pues, es el cuarto artículo literario sobre el horóscopo. Y, aunque hay material para un quinto y un sexto, me planto. Es el último. Creo que adentrarse en la mina celeste es dañino para la integridad de las neuronas. Sí, cierto, si cabe la posibilidad de rasguñar el filón universal uno no debe retraerse. Pero la imposibilidad absoluta de vislumbrar físicamente las dos pepitas de oro que son los ojos de Dios revoca mi afición por las alturas.
Apunté en el artículo literario precedente que el esquema del sentimiento está conformado por tres potencias: la psíquica, la física y la metafísica.
No es necesario, desde luego, ser un lince para entrever que cuando dos personas traban conocimiento estas tres fuerzas se conectan con sus homónimas, fraguando un resultado global que determina empatía, aversión o neutralismo en su relación. Naturalmente la conexión del bagaje psicológico: continente de la cultura, la educación, los estudios, la posición social, etc., tiene más peso que el de los signos zodiacales o el de la atracción física. Dos fuerzas que pueden ser decretadas como complementarias, si bien en innumerables casos suelen resultar concluyentes, lo mismo que lo son en innumerables ocasiones los partidos bisagra en las componendas de la política.
Si nos propusiéramos medir una relación atribuiríamos, por ejemplo, trescientos puntos al ensamblaje sin fisuras de las fuerzas psicológicas y sólo cien, a las menores. La alianza ideal alcanzaría por consiguiente quinientos puntos y cero la más atroz. Lógicamente la cifra por debajo de doscientos se tildaría como negativa, hasta doscientos cincuenta como neutra, de ahí a cuatrocientos de positiva y hasta los quinientos posibles, de amor. Un resultado, bien es cierto evolutivo, según las tendencias, convergentes o divergentes, de cada individualidad que conforma el dúo.
Intervienen asimismo infinidad de particularidades en los vericuetos de toda relación. Cada una de las tres conexiones sentimentales, por ejemplo, expande a la vez una réplica positiva y otra negativa, complicando todavía más su auditoria; otra deriva de las velocidades o a de las prácticas del consciente, participativo, omnipresente, en los diversos ajustes; asimismo todos estos resortes del ser humano, tan impensables como incontrolables, que de manera magistral plasma Fedor Dostoievski en sus obras, capaces de invertir en un santiamén los humores del sentimiento ajeno, modifican sustancialmente cualquier cuota de la unión...
Entre los muchos asteriscos que se dan en estas mediciones nos encontramos con uno que demuestra, matemáticamente, no poder amarse dos personas del mismo sexo por repelerse las fuerzas corporales,... a no ser que la naturaleza haya colocado un pene donde debe haber una vulva y viceversa.