Puede que se llame Paco. Y puede que, a estas alturas, ni él mismo lo sepa. El exceso de «Don Simón» produce esos efectos. Cuando describe su vida, tiene, sin serlo, mucho de gitano. Porque, al igual que en el texto cervantino, tiene al cielo por techo. En verano. En el resto, lo que se vislumbra desde su cama eternamente improvisada es un televisor fotografiado en un cartón o una lavadora que únicamente lava ropa, que no conciencias. Si Paco todavía no se ha dejado arrollar bajo un tranvía o tirado desde un puente es porque no está muy bien informando de la que está cayendo. Y no sabe que, ahora, lo prioritario es sajar del Congreso de los Diputados la última palabra por machista. A él –y él no lo sabe- eso le importa un kínder... A pesar de que hubo una época en la que amó profundamente el edificio de la Carrera de San Jerónimo. Fue cuando lo de Tolo, el Policía Nacional que hacía, para con él, la vista gorda. Paco, en esos días gloriosos, construía y deshacía diariamente su casa de despojos cerca del Congreso, porque, sabiéndolo vigilado, se sabía también él vigilado. Y Tolo, el policía -¡ya saben!- lo saludaba prudentemente desde la distancia, como diciéndole que estuviera tranquilo, que él estaba ahí, protegiendo a los leones avergonzados, pero protegiéndole igualmente a él, por si algún facha cabrón o algún sádico adolescente, desde su repugnante opulencia inmerecida, le echaba sobre su catre gasolina y le daba luego por encender un mechero de símbolos nazis. Después a Tolo lo expedientaron. Y Paco intuyó el por qué: demasiado corazón para ejercer oficio...
Contigo mismo
Paco ya no duerme en el Congreso
15/03/16 0:00
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