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Si fuésemos un país culto, orgulloso y sin complejos, habría dos autores de lectura obligatoria en nuestro invertebrado y siempre provisional sistema educativo. Dos gigantes literarios que escribieron en la prensa de su época, enriqueciendo el periodismo, la percepción de la realidad y el idioma al mismo tiempo. El madrileño José Ortega y Gasset y el catalán Josep Pla, cada uno a su manera, sintieron un gran respeto por la realidad que observaban y se afanaron en describirla con pasión, precisión e inteligencia. Es un placer su lectura y son un modelo a seguir, tanto en castellano como en catalán.

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Tras leerlos, uno se pregunta cómo hemos llegado a este paupérrimo nivel de análisis político, calcado de Barrio Sésamo: izquierda-derecha, arriba-abajo, dentro-fuera… de ahí no pasamos. Simpatías y antipatías condicionan los pensamientos, las relaciones, fomentan odios larvados y justifican todo tipo de radicalismos. Somos más dados al mitin, el tuit o el eslogan, que a la conferencia, el debate o la tertulia.

Ortega y Pla: clasificarlos sería simplificarlos. Su voz resuena desde un ayer repleto de traumas y de pérdidas, para ayudarnos a prevenir los posibles desastres del mañana. Decía el de Palafrugell en «Viaje en autobús»: «Vivir la historia es más difícil que leerla o escribirla». Y Ortega, junto a la sombra imponente y pétrea del Escorial, tal vez nos aconsejaría: Poned los pies en el suelo y aspirad a ser mejores.