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Dolores y Benigno son gafes. Aunque ellos contribuyeron a su triste destino. Porque no es de recibo llamarse Dolores Fuertes y hacerse doctora. O Benigno Sordo y mudarse en informático. Pero la aportación definitiva a su mala suerte la formularon cuando se casaron. Porque de todos es bien sabido que las doctoras jamás deberían contraer matrimonio con informáticos, por razones de las que hablarás más tarde... No contentos con tamaña osadía, llevaron su temeridad al extremo cuando, con su hijo Máximo, se fueron a Madrid para asistir a una cena familiar de Nochebuena.

Benigno y Dolores deciden que, antes de reunirse a manteles, se darán un garbeo por la ciudad para que Máximo la conozca. Por las calles, niños van recogiendo colillas, fieles a los mandatos de Carmena, alcaldesa. La misma Carmena que se deja fotografiar con pobres que, en Cibeles, cenan, hoy, gracias al Ayuntamiento. ¡Ay, la caridad publicada, qué poco tiene de caridad! –piensa Benigno, que, amén de buen hombre, es un tío con cerebro-. El mismo Benigno que le sigue dando al coco cuando se entera de que ya no se expone en el Ayuntamiento de la ciudad belén alguno porque, según Carmena, retratada, sí, junto a los desheredados, al más puro estilo del Berlanga de su inefable «Plácido», el Ayuntamiento es de todos y no únicamente de los católicos. Benigno deduce de esa argumentación que todos los madrileños, pues, deben ser gays, porque en el día de su orgullo, habían ondeado en las Casas Consistoriales banderas enormes de emblemáticos arco iris...

La cosa no ha comenzado bien. Pero deciden no desistir en alegrarle la jornada al niño. Así que se acercan a un señorial trono, ubicado en Sol y en el que un paje real recoge las peticiones de los pequeños. Máximo, el niño, preocupado, le pregunta al mayestático cartero si es verdad que dos de los tres reyes son en realidad mujeres y que, en caso afirmativo, se lo explique...

- ¿Es que se han hecho los reyes un cambio de sexo? –inquiere-.

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- ¿Y no se puede aplicar la paridad también a los pajes...? –interroga, malévolo, un Benigno indignado ante tanta gilipollez-. Así, tendríamos pajes y paj-s reales.

Ya en la cena, Dolores y Benigno, rodeados de amigos y familiares, respiran al fin. El hijo duerme. Pero el evento se convierte en pesadilla. «Benigno, perdona –le espeta el suegro-. Pero es que mi PC ha disminuido su rendimiento y los programas se tildan. ¿Qué debo hacer?». A la consulta se unen otras: el cuñado le comenta que el hardware le está fallando; la cuñada que no puede borrar el caché DNS y un desconocido que no es capaz de hacer otro tanto con el ARP... A Dolores la cosa no le va mejor: una amiga de su suegra le habla de unas molestias que atribuye (está ya borracha) a su «Basílica del Pilar», lo que Dolores interpreta como «vesícula biliar». Y a esas inquietudes se unen otras. Los comensales la interrogan sobre si los medicamentos han de dejarse herméticamente abiertos; si sesenta unidades de GGT es síntoma de hígado enfermo, si...

Y es que una doctora y un informático no descansan nunca –se dicen Dolores y Benigno-. A la salida del restaurante se percatan de que, ni tan siquiera, han cenado...

A la mañana siguiente, en la Gran Vía, Dolores, Benigno y Máximo ven a los mismos pobres de siempre. Pero ahí no está ya Carmena. Carmena está en los diarios. Mientras, los pobres siguen haciendo cola en las parroquias denostadas y acudiendo a Caritas, esas y esa que permanecen ahí, diariamente, pero sin fotógrafos. Y es que un progresismo que chochea (y adoras el real), anda muy atareado imitando a Berlanga, cambiando de sexo a los reyes y cercenando belenes que recuerdan la existencia del primer y más grande defensor de unos principios en los que ya no cree, salvo cuando éstos aúpan a sus seguidores a una poltrona o a copar las páginas de los diarios... Diarios en los quioscos de calles recién apuntaladas y entristecidas por tanta miseria moral...