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Una amiga común me acaba de comunicar una demoledora noticia: Pilar Pons falleció el pasado día trece.

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Una parte de mí temía con el rabillo de la conciencia que se produjera el terrible suceso pero otra parte pugnaba por desterrar ese temor y mantener la esperanza de que su viaje a Barcelona a final del verano hubiera servido para frenar la expansión de su enfermedad. Creía, o quería creer, que volvería a verla a finales de abril, cuando suelo volver a Menorca para afrontar la temporada, y por eso en el último abrazo que nos dimos antes de su partida quizás no descargué, como ahora sé que debería haber hecho, todo el cariño que me unía a ella. Preferí despedirme con un abrazo provisional, lleno de recíproca ternura ciertamente, pero que a la luz de los acontecimientos no contenía toda la carga que hubiera debido transmitir. O quizás a Pilar, persona intuitiva, le llegara con claridad el discurso que jamás pronuncié en su presencia pero que puede que se trasluciera en el cruce de nuestras miradas. Un discurso en el que expresaría mi cariño y mi profundo respeto por esa persona sensible hasta la fragilidad, detallista hasta el límite, elegante en todos los sentidos: elegante en el aspecto, en el trato, en la discreción, en su enorme generosidad, en la manera cotidiana de engalanar su casa, su tienda, su restaurante, en la manera en que tan frecuentemente obsequiaba con primorosos gestos a sus amigos.

Lamentablemente para ella, Pilar no siempre tenía consolidados los pies en la tierra, y de ello se aprovecharon algunas personas de ínfima calidad que la condujeron a una situación de precariedad que en nada hubiera merecido atendiendo a su calidad humana y profesional (cientos de clientes de su Restaurante Sa Vinya, muchos de ellos personajes importantes, acostumbrados a la excelencia, pueden corroborar que su hospitalidad y sus platos eran posiblemente los mejores de la Isla). No obstante las dificultades de los últimos tiempos Pilar ha sido un ejemplo poco común de dignidad. En realidad nada en ella se podía tachar de común. La recordaré así: flotando en una nube de delicadeza, expuesta a las decepciones de una realidad venal con la que no comulgaba, soñadora y melancólica. Bella.