A.- El restaurador fuma indolentemente a la entrada de su negocio que, como siempre, permanece huérfano de comensales. Maldice su mala suerte y, ya puestos, la fortuna de su vecino rival, que tiene inexplicable y permanentemente su cafetería a rebosar. «¿Qué tendrá él que no tenga yo?» –se pregunta-. Nadie le ha narrado jamás al desdichado la ejemplarizante y conocida historia de una trainera española que sucumbía, de manera invariable, ante esa otra, de nacionalidad extranjera. En la nacional, doce más el patrón dirigían y un único deportista remaba. En la foránea, el patrón coordinaba, los doce tripulantes le daban al remo y, en proa, pues eso, el proel… «¿Qué tendrá él que no tenga yo?» –se repite una y otra vez el restaurador-. Y, como en el relato de los traineros idiotas, no cae en la cuenta de que, a pesar de tener una magnífica terraza, cierra a las diez y, si puede, a las 21'30 y de que, cuando algún cliente entra en su local a las 21'35, lo primero que hace no es saludarlo, sino espetarle, a modo de advertencia, que ha limpiado ya la cafetera, que no le queda pan y que, ¡ojito!, cierra al cabo de 25 minutos… «¿Qué tendrá él que no tenga yo?» – sí, sí, se itera-. Puede que su contrincante, ese, el de al lado, entre otras cosas, tenga un horario de cierre más inteligente, pan y una cafetera en pleno funcionamiento, amén de algo denominado profesionalidad…
Contigo mismo
Remeros que no reman, tenderos que no venden
25/08/15 0:00
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