TW

A.- El restaurador fuma indolentemente a la entrada de su negocio que, como siempre, permanece huérfano de comensales. Maldice su mala suerte y, ya puestos, la fortuna de su vecino rival, que tiene inexplicable y permanentemente  su cafetería a rebosar. «¿Qué tendrá él que no tenga yo?» –se pregunta-. Nadie le ha narrado jamás al desdichado la ejemplarizante y conocida historia de una trainera española que sucumbía, de manera invariable, ante esa otra, de nacionalidad extranjera. En la nacional, doce más el patrón dirigían y un único deportista remaba. En la foránea, el patrón coordinaba, los doce tripulantes le daban al remo y, en proa, pues eso, el proel… «¿Qué tendrá él que no tenga yo?» –se repite una y otra vez el restaurador-. Y, como en el relato de los traineros idiotas, no cae en la cuenta de que, a pesar de tener una magnífica terraza, cierra  a las diez y, si puede, a las 21'30 y de que, cuando algún cliente entra en su local a las 21'35, lo primero que hace no es saludarlo, sino espetarle, a modo de advertencia, que ha limpiado ya la cafetera, que no le queda pan y que, ¡ojito!, cierra al cabo de 25 minutos… «¿Qué tendrá él que no tenga yo?» – sí, sí, se itera-. Puede que su contrincante, ese, el de al lado, entre otras cosas, tenga un horario de cierre más inteligente, pan y una cafetera en pleno funcionamiento, amén de algo denominado profesionalidad…

B.- El librero le ha contestado a ese desalmado, que ha tenido la osadía de preguntarle por la última obra de Isabel Allende, que entre en la habitación contigua y que la busque él mismo… El librero no tiene ordenador, ni registro alguno de los textos que vende o deja, más bien, de vender. El desalmado se resigna y hace lo ordenado. El problema estriba en que en la sección de narrativa descansan, caóticos, los textos dramáticos; en la de textos dramáticos, los infantiles; en la de libros infantiles, las guías de viaje y en la de guías de viajes, los títulos de cocina… Tras siete horas de infructuosa búsqueda, exhausto, alelado y con los ojos inyectados en sangre-ira, el cliente abandona la librería con las manos vacías, ante la mirada despectiva del propietario. «¡La crisis!» –se lamenta-.

C.- La dependienta tutea al recién llegado mientras efectúa verdaderos prodigios con su goma de mascar. Cree entender que el desconocido le pregunta por unos pantalones y por la talla XL. La susodicha, sin mirárselo, esboza un gesto de cuestionable interpretación. «Por ahí» –le indica-. El desconocido se cabrea y abandona la tienda chic situada en pleno centro de la ciudad. La malabarista del chicle medita sobre lo raro de la naturaleza humana y suspira, ansiosa, por un turismo de calidad…

Noticias relacionadas

D.- «Lo siento, todavía no ha llegado» –le comenta el empleado-. «No creo que tarde». Cuando el interesado sale de la tienda, el despachador (valga la expresión) mira con sorpresa a su colega y le suelta: «¿Qué había encargado ese?». El colega iza sus brazos en señal de ignorancia. Ambos se echan a reír… Después piensan ambos en que el negocio va rematadamente mal y no aciertan con las causas. Y, al igual que la del chicle, al igual que el librero, al igual que el restaurador que no tiene pan, pero que ha limpiado ya la cafetera, sueñan en ese turismo de calidad que no acaba de llegar…

No es un relato de ficción. Contrariamente a lo que se suele advertir en los textos precavidos, cualquier parecido de lo descrito con la realidad no es coincidencia. Los hechos narrados son estrictamente verídicos… ¿Turismo de calidad? ¿Y qué tal, también, servicios de calidad? ¿Qué tal profesionalidad, trabajo, constancia, afán de superación, amor por lo bien hecho, deseos de agradar, vocación?

Y, en metafóricas y secas y comerciales traineras isleñas, un patrón y doce remeros dirigentes, que no diligentes, seguirán preguntándose por qué les va todo tan mal, mientras un único tripulante le sigue dando, estérilmente, al remo…