La radio despertador se encendió a las siete en punto de la mañana con una canción de Loquillo: «Siempre quise ir a L.A, dejar un día esta ciudad...». Pablo se levantó con un dolor de cabeza punzante. La cena de anoche no acabó demasiado bien, envalentonado por la excesiva ingesta de vino perdió el filtro que hay entre lo que pensamos y lo que decimos y le soltó varios improperios a la anfitriona. María es una extraordinaria cocinera, y le encanta montar cenas con amigos cada cierto tiempo, encaja bien las bromas de cualquier tipo, pero se enfada sobre manera cuando alguien desprecia sus platos sin ningún criterio. Y eso es lo que hizo Pablo cuando de malos modos le soltó. «Pues sí, no me gustaron tus caracoles, estaban sosos y duros».
Pablo se fue directo a la ducha y en cuanto las primeras gotas tocaron su cuerpo ya se estaba arrepintiendo de lo que hizo, conocía a María desde hacía mucho tiempo, y no se merecía ese comportamiento, quizás era la tensión sexual no resuelta la que hizo que se portara como un energúmeno, o quizás es que siente algo más por ella y no se atreve a reconocerlo. Se preparó un café bien cargado y se tomó un Iboprufeno, las diez horas diarias en la recepción le tenían la espalda machacada. El hotel estaba a reventar desde hacía dos meses y las previsiones eran buenas hasta fin de temporada, pero el director se negaba en rotundo a pagarles el 15 por cierto que les quitó hace ya tres años.
Puso un wasap a María: «Lo siento mucho, me comporté como un idiota. Te debo una cena en armonía», no puso ningún emoticono porque una vez la cagó bien cuando intento pedirle disculpas a una exnovia de Sevilla, y se le coloraron los emoticonos de la bailadora flamenca y el de una mierda con ojos, el malentendido le costó la separación y unos cuantos insultos muy explícitos.
La radio fórmula seguía poniendo canciones de los años setenta y ochenta y ahora sonaba de fondo Serrat. «Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa...». Pablo decidió cambiar la emisora con la que despertarse, esas canciones le hacían sentirse viejuno, aunque es mejor despertar con música que con los infumables noticieros mañaneros que te hacen ir de mala leche todo el día, la rabia y la ira, sino se canalizan adecuadamente, desembocan en un úlcera sí o sí.
Planchó el uniforme de trabajo, la anodina camisa blanca y los pantalones de pinza que estaban de moda hace veinte años, ni en eso invertían los propietarios del hotel, luego hablan del turismo de calidad y todas esas zarandajas, pero le prestan más atención a la reparación de una cámara frigorífica que al aspecto, o a la salud, de la plantilla, empresarios añejos a los que se le llena la boca hablando de modernidad, es lo que hay.
Pero Pablo no estaba dispuesto a amargarse el día, con cada sorbo de café se fue sintiendo mejor, recordó al cliente que el sábado pasado bajo a recepción para quejarse porque llovía, y lo que se rió, para sus adentros, cuando le contestó que enseguida mandaba al de mantenimiento a cerrar la llave de paso de las nubes, increíble, pero el cliente se marchó satisfecho, hay gente para todo.
Antes de salir le llegó un wasap de María: «Sé que no decías en serio lo de los caracoles, de hecho te comiste tres platos (aquí puso tres veces el emoticono caracol). Me apunto a esa cena (emoticono de corazón)». Pablo lo leyó una y otra vez, rozó con su dedo el corazón de la pantalla, y se le dibujó una sonrisa que le duró todo el día. Feliz verano, queridos lectores.
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