Admiro la profesión de médico. El motivo es simple: se trata de la única que no podría ejercer. ¿Por qué?...La respuesta es obvia. Por ello el otro día cuando entré en la sala de operaciones por una hernia inguinal y me preguntaron cómo me encontraba, respondí entre no pocas risas del equipo quirúrgico:
-Emocionado, emocionado, de estar en el campo de batalla, en las trincheras, junto a mis héroes.
El cirujano, al descubrir mis preferencias, correspondió a mis palabras.
-...Pues yo no podría tener un bar- afirmó, entre más risas.
Quiero homenajear hoy a los médicos, relatando un episodio que recordé días antes de la operación con la anestesista. No es la anécdota una apología, sino todo lo contrario, desdice claramente la competitividad de algunos galenos. Supongo que ellos, en general, clarividentes y liberales, entenderán este agasajo inusual...
En mi juventud, jugando en el Levante, sentía molestias en el pubis y por consiguiente me puse en sus manos.
El primer médico sólo las calmaba, inyectando cortisona.
Debido a la proliferación de ganglios en la zona, el segundo me mandó tres semanas a inhalar yodo, aire del mar, para paliar una supuesta escualidez. Naturalmente vine a Menorca. ¿Dónde mejor que absorber la brisa marina? Aún recuerdo con frustración mis sesiones en la bocana del puerto de Ciutadella, junto al castillo, inhalando como un poseso, como un auténtico memo, la intensidad del mar.
El tercer médico me quitó cuatro muelas –como lo oyen- por diagnosticar que el malestar provenía de una infección dental.
Llega el final de la temporada. Absoluto reposo. En la siguiente me traspasan al Castellón. Seguía sin las muelas, pero con la cortisona para ocultar la lesión.
Cuando en Castalia descubro el pastel me disponen una cita con el cuarto, el eminente doctor Navés, de Barcelona, el cual me somete a toda clase de análisis clínicos, para finalmente sin éxito coserme a pastillas.
Me dirigen al quinto galeno, el doctor López Quilez, del Real Madrid –matriz por entonces del Castellón.
Una vez le hube explicado mis miserias me indica:
-Hágase una radiografía.
Entreví en seguida que aquel médico tenía dos dedos de frente más que los otros.
Aquella tarde -¡8 meses después!-, ante la radiografía, me diagnosticó correctamente la lesión:
-Tiene usted una osteopatía de pubis (crecimiento del hueso del pubis), 20 sesiones de radioterapia, si no se cura habrá que operar.
Y tuvo finalmente que operarme.
Después de relatar a la anestesista este episodio, profirió:
-...Antes, los médicos eran muy lanzados.
Lo dijo ella.
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