Desde niños hemos venido asociando el verano con la ilusión. Las noches de invierno eran demasiado largas y frías, las veladas demasiado tristes, sentados ante la mesa camilla, con el brasero encendido, a menudo a la luz de un candil, porque la electricidad fallaba demasiadas veces en los años cincuenta. Verano era sinónimo de vacaciones, salidas a la playa en bicicleta, frutos maduros en las pavías de los patios caseros, meriendas a la orilla del mar, cine de reestreno algunas noches, ¡cómo no íbamos a estar todo el año suspirando por la llegada del verano! Nos zambullíamos uno tras otro desde lo alto de los escalones para que no se acabara la espuma que se originaba con los saltos, y hubo una vez un chico espabilado que se lanzó al agua completamente jabonado, pensando salir limpio como una patena, y salió completamente embadurnado de jabón, porque ya se sabe que el agua de mar tiene demasiadas sales para disolverlo. Ya es mala suerte. Porque entonces solo nos duchábamos los sábados y una vez ese mismo mozo espabilado ya estaba completamente cubierto de espuma cuando cortaron el agua desde el servicio municipal y tuvo que quitarse el jabón a base de colonia.
Les coses senzilles
Ilusiones de verano
29/06/15 0:00
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