En cierta ocasión un amigo me soltó: «Menorca es para quien le gusta pescar, cazar, buscar setas, espárragos, caracoles,... ¡éste disfruta en la Isla!».
Considero que el menorquín que posee tales hábitos tiene efectivamente una calidad de vida primorosa. Tiene la base solidificada del triángulo que en diferentes capas conforma la jerarquía de las aficiones. Porque unas son sin duda mejores que otras. Las campestres y las marítimas, por ejemplo, son incluso superiores a otro hábito básico, el de la lectura. Claro que la excelencia consiste en poseer ambas: la sabia naturaleza y la ciencia de los libros,... si bien la primera premia con un conejo, un pescado o las mismas setas mientras un Dostoievski, un Balzac o un Galdós no conceden premios,... al menos, físicamente. Ahora bien, a favor de las aficiones letradas debo decir que mientras internarse por el mar con una barca o por el campo con perros y fusiles implica estiramientos de todo el cuerpo, elegir los libros de una estantería consiste sólo en estirar el brazo... Por lo que es lamentable obviar una afición que si bien no da de comer, nada exige para fomentarlo.
En la actualidad se debe diseñar la vida con suma atención por su longevidad y por estar abocada desgraciadamente al paro. Antaño no se disponía de tiempo, se lo tragaba el trabajo. Ahora no hay trabajo, sino sólo tiempo. Las labores ya no son además pesadas, por lo que el cuerpo se siente con ínfulas para acometer otras actividades. Además, tras la jubilación, se viven aún décadas, cuando antaño a los 65 estiraban la pata. Diría yo que con estas dos aficiones, la naturaleza y la lectura, sólo falta para completar la base, la práctica de un deporte... al ritmo que marque la edad. Porque, luego, ya, hasta rellenar la pirámide, hay una serie de pasatiempos, que practicamos todos, como internet, la televisión, el cine, los juegos de salón, la cháchara del bar que, regulados, son una bendición, pero que sin lo básico, uno se refocila en ellos..., negándonos el placer de hacer el amor con el tiempo.
El jueves, día del Libro, es una oportunidad para instaurar un nuevo hábito, que además es uno de los pocos, al menos de los esenciales, donde no se debe salir de casa.
Propongo la lectura de «Pino, Brezo y Romero», de la desaparecida escritora ciudadelana María Sintes Anglada. Una novela costumbrista, rural, de la posguerra, donde el lector alcanza a olfatear el aroma del campo, la marina y el oleaje del litoral menorquín.
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