Nunca olvidarás la respuesta dada por ese alumno. A raíz de un comentario de textos parafraseaste sobre el término «agridulce» y retaste a que te lo definieran. Un muchacho, envejecido, te espetó que «agridulce» era sinónimo de Navidad y, alterado, salió de clase… Fuiste en su busca: acababa de perder a su padre y el 25 de diciembre estaba a la vuelta de la esquina.
Balbuceaste unas palabras, torpes, en un deseo de ayudarle que resultó yermo. Ese recuerdo –y tu impotencia- te han venido atormentando, recurrentemente, cada día de final de primer trimestre, como un fantasma extraído de Dickens… Sentimientos parecidos los has hallado en otros… Y en ti mismo… La Navidad tiene ese efecto demoledor... Tal vez porque te/os devuelva a una infancia en la que la muerte o la enfermedad o el dolor eran esas cosas que, en conocida frase, les sucedían, siempre e invariablemente, a los otros… O porque esos conceptos se obviaban a los niños para no quebrar el paraíso que se les procuraba eterno… Cuando chaval la familia estaba al completo y las sillas ocupadas… Lentamente algunas de ellas solo mecieron el vacío. Y entraron en tu hogar invitados indeseables: el sufrimiento, la ausencia… Sabes que muchos, hoy, experimentarán algo parecido y expresarán su afán porque esas fechas transcurran rápidas, como transcurre rápida, a la postre, la propia infancia, la vida misma…
Sabes que, como el respeto, la paz interior no se regala, se conquista. Y que tienes/tenéis la obligación de ir a por ella. No es fácil. Pero nadie dijo que lo fuera… Y en esa guerra, te apuntas a algunas batallas:
- Te niegas, pero desde la serenidad, a olvidar a quienes quisiste para mitigar el dolor. Porque has de recordarlos y tener, así, la salvadora certeza de que fuiste amado… Y de que los amaste. Guardarlos en tu memoria es darles eternidad y colocarlos, nuevamente, en esas sillas en las que, juntos, cada 25 de diciembre, os intercambiabais ternura, contemplando de nuevo sus rostros, redivivos…
- Y te niegas a que el peso de su ausencia tiña de grises ese día. Amar es oficio de dos. Y, en palabras de Salinas, juego de pronombres. El yo que ama desea el goce del tú amado. Ellos, a los que soñaste eternos, te exigen el tuyo. Y se lo debes. Es otra prueba de afecto… Y, así, fiel a sus designios, el amor se extiende más allá de la no presencia
- Y te niegas a flagelarte estérilmente, también, con el dolor de aquellos a quienes amas. Porque estás ahí para hacérselo mucho más llevadero…
Existen otras situaciones dramáticas que se acrecientan en Navidad –lo sabes- como sal en herida: la lejanía, la soledad… Pero, incluso en esas circunstancias, habéis de salir a la calle –física o psíquica- que es tanto como decir salir de las trincheras. Y percibir que convivís, que vivís con… Que hay otros, más allá de las paredes de vuestros pisos… Que el destino juega y que lo imposible puede ser factible en cualquier esquina, en cualquier momento. Que, tal vez, en vez de mendigar amor podáis darlo y, al darlo, dároslo…
- ¡Vamos a echarle kinders a la cosa!
- ¿Enterrando el pasado?
- Conservándolo con gratitud, recobrándolo, pero sin estériles masoquismos, sin permitir que éste os niegue el presente y el futuro que únicamente vosotros os podéis edificar…
- ¿Y?
- Sin olvidar que hay otros males que sí son subsanables… Y que un niño, en Belén, os recuerda (exigencia válida tanto para creyentes como para agnósticos) que hay gente con hambre, que hay gente con sed, que hay gente que requiere de vuestro coraje… Que hay quien va a perder a los suyos este próximo día 25 no por lo irremediable, sino por su antónimo. Y que, a esa batalla, igualmente tenéis que apuntaros, aunque la munición sea cutre y escasa…
- ¿Es eso lo que le dirías hoy a tu alumno?
- Es lo que le estoy diciendo desde aquí, con el encarecido ruego de que perdone mi retraso y la impericia, tal vez persistente, de un profesor que, hace exactamente diez años, no supo cómo ayudarlo…