Cada verano aparece. Machacona. Como un herpes redivivo. Renace, se impone, anula vuestra capacidad de análisis (también vuestros sentimientos) y, luego, satisfecha, pulula por la isla pavoneándose del curioso asentimiento que provoca. Y, sin embargo, te parece, modestamente, poco afortunada. Cuando te topas con ella -es inevitable el encuentro- evocas siempre aquellas palabras de Delibes en las que definía el dinero como la quintaesencia del progreso. Y en ese poder irrefrenable del cash tuvo ella su cuna. ¿Qué a quién te refieres? A una expresión que te duele, que te viene doliendo: «turismo de calidad», entendiendo por calidad el poder meramente adquisitivo de quien os visita. Ese turismo es el que buscáis con pasión. Ese es por el que trabajáis y os desvivís. Ese encarna vuestra quimera y meta. Y por él, muchos abandonaron campos e industrias, dejando la isla con el culo al aire, expuesto a que ese tipo de viajeros acabara por no llegar… La calidad -como todo en el mundo denominado sarcásticamente civilizado- se mide, a fin de cuentas, por el valor mercantilista de las cosas y, aún peor, de las personas. Tanto tienes, tanto vales -exclama un aserto popular-.
Contigo mismo
El turista de calidad que escupió en la arena
Cada verano aparece. Machacona. Como un herpes redivivo. Renace, se impone, anula vuestra capacidad de análisis (también vuestros sentimientos) y, luego, satisfecha, pulula por la isla pavoneándose del curioso asentimiento que provoca.
19/08/14 0:00
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