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Cada verano aparece. Machacona. Como un herpes redivivo. Renace, se impone, anula vuestra capacidad de análisis (también vuestros sentimientos) y, luego, satisfecha, pulula por la isla pavoneándose del curioso asentimiento que provoca. Y, sin embargo, te parece, modestamente, poco afortunada. Cuando te topas con ella -es inevitable el encuentro- evocas siempre aquellas palabras de Delibes en las que definía el dinero como la quintaesencia del progreso. Y en ese poder irrefrenable del cash tuvo ella su cuna. ¿Qué a quién te refieres? A una expresión que te duele, que te viene doliendo: «turismo de calidad», entendiendo por calidad el poder meramente adquisitivo de quien os visita. Ese turismo es el que buscáis con pasión. Ese es por el que trabajáis y os desvivís. Ese encarna vuestra quimera y meta. Y por él, muchos abandonaron campos e industrias, dejando la isla con el culo al aire, expuesto a que ese tipo de viajeros acabara por no llegar… La calidad -como todo en el mundo denominado sarcásticamente civilizado- se mide, a fin de cuentas, por el valor mercantilista de las cosas y, aún peor, de las personas. Tanto tienes, tanto vales -exclama un aserto popular-.

- Y has visto…

- Y he visto a turistas de calidad maltratar al camarero que les servía; que confundían vuestras carreteras con vías para hacer valer la potencia de su coche que es como decir, la de uno mismo; que se burlaban de gentes y paisajes; que ensuciaban (la riqueza otorga licencia para todo) vuestras calles y playas; que se colaban en las esperas; que resucitaban aquello del «hábleme usted en cristiano»; que…

- ¿Calidad?

Y no te contestas. Era una pregunta meramente retórica. El capitalismo cataloga, desde siempre, al hombre no por sus valores cívicos, sino por el grosor de sus propinas…

- ¿Y?

- Y has visto, por el contrario, a esos otros turistas que os han escogido como lugar de destino tras ahorrar tal vez durante años. Los que, a pesar de su pobreza de recursos, os regalan educación. Los que lanzan en las terrazas, sólo puntualmente pisadas, de menús asequibles, un «por favor» gratificante. Los que observan el paisaje y no lo cuantifican. Esos -repites- que no fueron bienvenidos, pero si despedidos con la gratitud de ese camarero que, esta vez, no fue humillado, sino respetado. Tal vez se debiera a que, entre cliente y trabajador, no hubiera barrera alguna que los separara y ambos compartieran una misma condición: la de ser currantes inmunes a la corrupción que os asola y ha hecho posible la riqueza de muchos que os visitan como turistas, sí, de calidad…

Y el mal se esparce. Se extienden multas con una rapidez y una rotundidad inusuales cuando alguien osa acampar sin permiso y, paralelamente, se asiste a la inauguración de ese megahotel situado a escasos metros del litoral… Las tiendas de campaña, tarde o temprano, desaparecerán. El desastre ecológico del hiperhotel, no…

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- ¿Puedes?

- Sí. Puedo entender que infinidad de establecimientos dedicados al turismo sueñen con efectuar importantes «cajas». Que, a muchos, en eso, se les vaya el sustento y el futuro…Que no se vive del aire, y aún menos, en tiempo de crisis… Solamente que…

- ¿Qué?

- Que solamente exigirías que se utilizara otra terminología. Que no se alzaran nuevas barreras, porque andáis sobrados. Que se regularizara la tipología turística para que, en esta isla, desde el civismo, cupierais todos. Y que si se habla de calidad, ésta no se mida en valores meramente economicistas, sino éticos, a sabiendas de que, casi siempre, ética y riqueza son antónimos…

- ¿Turistas de calidad?

- Aquellos -te respondes- que, independientemente del volumen de su propina, os hayan elegido, visitado, amado y respetado… Porque prefieres el euro depositado en una máquina de bebidas, a los cincuenta de quien, saliendo de su yate, chulesco, escupe sobre el muelle -y sobre vosotros mismos- bajo el manto protector del servilismo…