No me digáis el qué. Lo conozco. Lo conocemos. No me regaléis, ante las inminentes elecciones, los oídos con lo que quiero oír. Me lo sé. Lo sabemos. Pero –os lo ruego- explicadme el cómo, el cuándo, el cuánto, el por qué, el con qué, el con quién o con quiénes y añadid, a lo dicho, una temporalización y unos seguimientos periódicos. No os pido mucho, únicamente lo que se le exige, anual y reiteradamente, a un profesor…
No me digáis el qué, no. Lo conozco. Sé que, bajo la sombra de las urnas, unos y otros, probablemente todos, me prometeréis el edén que nunca hemos alcanzado; que me hablaréis de la regeneración que no hicisteis; que me anunciaréis medidas drásticas para acabar con la corrupción de la que sois, por acción u omisión, responsables; que me prometeréis el pleno empleo; que la crisis sucumbirá ante vuestra genialidad; que lloverán euros del cielo sobre las ciénagas de los desahuciados y los lodos de los que sólo cuentan con su desesperanza. Sé lo que iteraréis, con discursos cansinos de palabras ultrajadas, una vez más…
El profesor – formado para ejercer su oficio - está redactando la programación anual de su asignatura. Relaciona los temas a impartir. Indica la metodología que seguirá, los recursos con los que contará, el tiempo que empleará en cada unidad y las adaptaciones que efectuará para aquellos chavales con necesidades educativas especiales. Prevé posibles desviaciones y establece medidas correctoras. Sabe que su trabajo será sometido a seis seguimientos por curso que pondrán en evidencia su eficacia o no, sin obviar las valoraciones que, sobre él, y de manera anónima, efectuarán sus alumnos tres veces al año…
No hay excesivas analogías entre un maestro y un político. No sé si éste último, y a diferencia del primero, está formado para ejercer su oficio. La duda es retórica. Y puede que, en el qué, resida la única similitud. Las promesas electorales equivaldrían a las unidades didácticas a impartir. Pero ni por esas. Los temas se dan… Las promesas amarillean en folletos donde yace la palabra dada… Pero con eso no me basta. No me basta con que me anunciéis, desde los altavoces de la soberbia, que acabaréis, por ejemplo, con la corrupción. Decidme, como los maestros vilipendiados, cuándo. Decidme cómo. Decidme con qué medios contáis para lograrlo. Y con quiénes. Describidme vuestras adaptaciones para aquellos alumnos/ciudadanos con necesidades especiales. Cómo atenderéis, por ejemplo, y de manera preferente, a los que ya nada tienen…Explicadme vuestra metodología y temporalización… Anunciadme cuántas veces, en la legislatura, os detendréis para analizar los fallos cometidos y establecer las debidas medidas correctoras… Y confesadme si, a diferencia de casi todos los maestros, os mueve la vocación o únicamente la seducción del sentiros alguien…
El interino sigue redactando su programación… Puede que la incumpla. Pero no por desvergüenza. Sino porque un solo billete a Bruselas en clase preferente le habrá sajado su plaza. Si tiene suerte acabará dando clases. Y seguirá elaborando su proyecto con un ordenador que, a diferencia de senadores y demás dirigentes, nadie le habrá regalado. Buscará un pisito a compartir o una habitación modesta porque a él, que era de Inca, ahora le toca currar en Ciutadella. Y lo hará a sabiendas de que no percibirá los mil ochocientos euros por residencia, esos que se embolsan los padres de la patria cuando no habitan en la capital, aunque tengan en ella uno o varios pisos propios…
¿Para qué seguir? Pero no me regaléis nunca más, ante las citas electorales, los oídos con lo que quiero oír. Me lo sé. Lo sabemos… Como sabemos que en poco se parece un profesor vocacional a un político y que tampoco existe similitud alguna en el laurel que ambos perciben. No me refiero al económico, que también... Rara vez, el político, y a diferencia del docente, recibirá la sonrisa agradecida de alguien a quien, un día, su trabajo, el del político, sí, le sirvió de algo…