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Probablemente sabéis que la salvación no procederá de los políticos. Ni de los militares. Ni de la Banca. Ni de... Como sabéis, también, que los políticos honrados existen, pero que tienen breve fecha de caducidad en su partido y, por extensión, en la sociedad. La Educación, voluntariamente ultrajada, lesionada, constituye, apenas, un contrapeso, porque lo que promueve, defiende o enseña es inmediatamente negado, cuestionado y cercenado por un entorno hostil del que no son ajenos las redes sociales, algunos medios de comunicación y toda índole de poderes fácticos en los que, incluso y frecuentemente, anida la ordinariez y lo amoral. ¿Qué o quién os queda, entonces? Si aún tuvieras a Roig se lo preguntarías... Aunque, con toda seguridad, te/os diría que únicamente os tenéis, ya, a vosotros mismos...

- Y piensas en...

- «Morir», la obra teatral de Sergi Belbel – te contestas-.

- ¿Recuerdas?

Recuerdas. El dramaturgo divide el texto en dos partes: en la primera (Morir), siete personajes, sin apenas ningún tipo de conexión, mueren por circunstancias diversas... En la segunda (o no morir), y a partir de un acto de piedad y su impredecible onda expansiva, esos mismos personajes se salvarán gracias a una especie de efecto dominó. Algo parecido ocurre en «Crash», recomendable trabajo de Paul Haggis premiada con el Óscar a la mejor película del 2006.

- ¿Y?

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- Que tal vez se hable con excesiva frecuencia de círculos viciosos (por su abundancia) y poco de esos otros, los virtuosos (por su escasez). Incluso a muchos el término virtuoso les parecerá anacrónico...

Puede que, en ocasiones, y al igual que en las obras citadas, una pequeña acción positiva, personal, tenga unas consecuencias imprevistas y milagrosamente contagiosas. Puede que una llamada telefónica y algunas palabras de aliento salven a alguien del suicidio. Puede que, dejando en evidencia a un calumniador, salvéis el buen nombre de un ser humano. Puede que, no propagando una murmuración, mejoréis el pequeño entorno en el que vivís. Puede que regalando un tiempo no remunerado a un alumno consigáis aumentar su autoestima. Que, callando, quebréis una disputa. Que, argumentando, arrinconéis al fanático. Que, yendo a comprar a un establecimiento comercial agónico que, sin embargo, os cae lejos, logréis acabar con la quiebra de una familia. Que, saludando a un vecino y gastándole una pequeña broma, rebajéis su grado de desesperación. Que, mostrando educadamente vuestra desaprobación, acabéis con quienes se alegran con el asesinato de una política. Que, ayudando a un inmigrante, contribuyáis a la muerte del racismo. Que, realizando constantemente las tareas domésticas, le hagáis sentir a una mujer que verdaderamente creéis en la igualdad. Que, dedicando tiempo a vuestros hijos, los convirtáis en futuros buenos padres... Puede que...

Y puede que, de no hacer esas cosas que sí pudisteis hacer, caigáis en la vomitiva, falsa y cómoda convicción de que nada tiene arreglo o que para eso, para poner un poco de orden en el cotarro, estuvieron, están y estarán, siempre, los otros...

- Quedarse con la queja, con el lamento...

-Renunciando a la acción...

No obstante, llegará un día en el que, posiblemente, uno de vuestros nietos os pregunte por qué todo está tan mal... Y ese día hablaréis, ultrajando palabras y verdades, de que os faltaron líderes, estadistas; de que los políticos eran unos corruptos; de que Europa era un mero mercado; de que... Momentáneamente os salvaréis. Pero si vuestro nieto insiste y os pregunta por lo que hicisteis vosotros para remediarlo, entonces os hallaréis en la tesitura de tener que escoger entre bajar la mirada («no había nada que hacer») o sostenerla («hicimos lo que pudimos»)...

Probablemente sabéis que la salvación no procederá de los políticos. Ni de los militares. Ni de la Banca... Pero sí de... Queda un espacio en blanco. Podéis anotar vuestros nombres. O quedaros, babosos, con vuestro estéril quejido.