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A Mónica, a Vicente, a Juan, a Bonet, a Jana, a Andreu y a toda la buena gente de la Penya…

Que a uno le mientan, joroba (¿para qué engañarse?) Pero cuando a uno le mienten desde la infancia aún fastidia más… «¿Seré imbécil?» -te preguntas-. Y evitas la respuesta. Creerse lo de los Reyes Magos tenía un pase. Después de todo, y como se ha comprobado últimamente, los reyes no son lo que eran. Esa fue, sin duda, la primera gran mentira que te metieron en la portería de tu niñez. ¿Mira que no darte cuenta de que Baltasar se parecía mogollón a tu vecino del cuarto derecha? No obstante, eras un niño y la cosa resultaba comprensible. Sin embargo, te siguieron marcando goles. Sobre todo cuando te contaron cuentos… Siempre pensaste, por ejemplo, que el malo de los tres cerditos era el lobo. Ese que desalojaba de sus casas a esos inocentes animalillos. ¡Criatura! Y ahora te enteras de que a eso se le llama desahucio y que el lobo lleva traje y corbata y preside consejos de administración. También creíste que la Cenicienta era la única que regresaba a casa antes de las doce de la noche; la que curraba para unas desalmadas; la que, finalmente, obtenía su recompensa. Hoy comprendes que la susodicha sois todos y que no regresáis a las doce porque, simplemente, ya no salís de casa por falta de cash. Y, al igual que ella, trabajáis para unos desalmados (el género aquí no importa). La única diferencia estriba en que no habéis perdido un zapato salvador y nadie acabará pagando vuestra hipoteca… ¿Las princesas? ¡Ah! Son distintas: no duermen, sólo sufren amnesia…

¿Y lo de la bruja de la manzana envenenada? La que se creía la más bella del mundo no se molesta, tan siquiera, ya, en preparar para la Durmiente una fruta letal. Ella tiene un cargo digital. ¡Ha sucumbido a su propia tentación! ¡Muerde! -le dijeron-. ¡Acepta el cargo! ¡No importa que fallezca tu dignidad! Y el espejo trucado de la adulación perpetua y la nómina abultada le siguen diciendo que, pese a su curioso estilismo, es la más bella del bosque. ¿La durmiente? ¡Qué la zurzan!

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Te mintieron. Os mintieron: los enanitos no van canturreando al trabajo, van a una manifestación. Se han quedado sin curro por culpa de un E.R.E. ¿Blancanieves? Es la oficinista del I.N.E.M. que les entona, sin gracejo, aquello tan viejo del vuelva usted mañana. Quien miente no es Pinocho. A los mentirosos no les crece la nariz, pero sí el saldo bancario. No quedan casitas de chocolate, sólo pisos vacíos de bancos a modo de botín. No pululan, por vuestros mares, sirenas. Emigraron hacia otras aguas, temerosas de futuras prospecciones. No sobreviven, tan siquiera, los gatos con botas, ni soldaditos de plomo que adecenten el local. Y todos, como el protagonista de «Up», anheláis salir volando del suelo que pisáis porque no os queda otra…

Es, este, un país triste. Porque la realidad de lo miserable ha quebrado la ficción de la inocencia. ¿Por qué os mintieron vuestros padres? ¿A qué los cuentos repletos de falacias? ¿Anidaba amor en sus corazones? Te contestas que sí. Que os quisieron. Que, simple y poéticamente, os estuvieron preparando para la que os está cayendo…

Pero te rebelas y recuperas, ahora, aquí, finalmente, la versión original de esas historias que te acompañaron. Prefieres que siga siendo el lobo el malo, ese que, por irreal, resultaba inofensivo, que no ese directivo de carne y hueso. Y optas por las princesas que no mentían, únicamente dormían. Y por los enanitos que tenían un puesto de trabajo. Y por esa hermanastra, antes que por Merkel. Por el gato con botas, antes que por esos que mandan tanto… Y lucharás para que, en el futuro, las historias sigan siendo las de siempre. El futuro en el que todos -los del primer y tercer mundo, fundidos en uno único, solidario- podáis, como Cenicienta, salir de casa, juntos e iguales, para echaros, por ahí, unas birras, como en un cuento, también, como en el mejor cuento…