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Pons, como ya anunciábamos en el capítulo anterior, diseñó un ambicioso plan para paliar en lo posible la futura penuria de sus herederos. Ya que el turismo aparecía en su profética visión como principal recurso de la isla, y comprobando que el cuidado y planificación de dicho recurso por parte de los responsables del asunto resultaría bochornosamente peregrino e irracional (1), decidió poner en marcha la gran empresa que sería conocida entre los historiadores como el "Plan Pons". Consistía su idea en movilizar a la población para que se dispusiera esta a construir monumentos megalíticos de cara a proporcionar, en los tiempos de vacas flacas que habrían de llegar, un monumental patrimonio que constituyera un sólido atractivo para futuros visitantes. A tal efecto persuadió a los miembros del clan para que cada grupo de trabajo diese rienda suelta a su creatividad con la única condición de que las obras fueran realizadas en piedra a fin de que perdurasen al menos hasta la pronosticada ruina colectiva.

Los más chapuceros de entre ellos se limitaron a apilar piedras en grandes montones, realizando la faena con mayor o menor gracia según sus capacidades y llamaron a su creación talayots, ya que se dieron cuenta de que podrían servir provisionalmente como atalayas hasta que llegaran a cumplir su verdadera función como reclamo turístico.

Otros, mejor dotados para el arte prehistórico, se lo curraron con más entusiasmo y crearon las 'navetas', construcciones de las que quedaron enormemente satisfechos tanto por su belleza como por su ulteriormente comprobada idoneidad como sepulcros colectivos, con el ahorro energético que esto suponía toda vez que el pico y la pala todavía no habían sido concebidos.

Sin embargo fue Pons quien alumbró el proyecto más puro y elegante de toda la serie: su habilidad para el tallado de la piedra le proporcionó los medios para la producción de dos voluminosos sillares en formato paralelepípedo, que debidamente colocados uno encima del otro (la idea se inspiraba en el ascensor que tuvo ocasión de visionar en el puerto de Mahón) produjeron el milagro de lo que hoy conocemos como 'taulas'. Su obra impresionó a sus congéneres en grado tal que su prestigio, ya de por sí excelso, creció hasta niveles que jamás volvería a alcanzar ninguno de sus herederos.

Transcurridos unos años, y viendo Pons que su plan funcionaba a todo tren, reunió a su pueblo y les habló de la siguiente guisa: "Estoy muy orgulloso de vuestro esfuerzo y talento. Sólo me queda felicitaros y rogaros que trasladéis a las siguientes generaciones la idoneidad de que den continuidad a nuestra noble empresa, pero oídme bien, ¡guardaros de construir ningún monumento en Arenal Den Castell!; en este punto tan bello de nuestra costa gobernarán con el tiempo un grupo de sujetos que encontrarán apasionante (y quién sabe si lucrativo) dar al enclave una radical manita de cemento, siendo tal circunstancia muy inconveniente para el aprecio de la presencia de ningún tipo de monumento megalítico, con el consiguiente peligro de que en caso de encontrar alguno, decidan derribarlo para que no incomode. Por lo demás os aseguro que vuestro sacrificio no será en balde, pues llegará un día que daréis de comer con ello a vuestros descendientes.

Un tipo valioso este Pons. Lástima que no haya creado escuela.

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(1) Cuentan que a Pons se le cayó el alma a los pies cuando vio en el diario "Menorca" del día 6 de Junio del año 2048 la reseña de unas declaraciones del Conseller de Turismo de turno: "Sería conveniente que trabajáramos juntos para que Menorca diseñara un plan, una estrategia para diferenciarnos de nuestros competidores, apostando por el turismo de calidad, definiendo objetivos y creando un modelo sostenible y tal y cual". Pons, que había leído centenares de declaraciones muy similares ya en el siglo XX, no tuvo más remedio que exclamar, emulando sin saberlo a un tipo bastante tenebroso de otro ámbito sin duda más cutre: "¡Manda huevos!"