Hasta ahora pensaba que el título de peor trabajo del mundo se lo rifaban, con severas opciones, el papel higiénico y el cepillo de dientes. Opositaban, con creces, el de escobilla de wáter y los pañuelos, con picos de trabajo durante los resfriados y las alergias. Pero cada día que pasa estoy más convencido de que un nuevo protagonista está haciendo méritos para optar a tan honorífico título: Las vallas que protegen a los peatones en Vía Ronda en las rotondas del cementerio y del Colegio Virgen del Carmen. Cada tres o cuatro fines de semana amanecen abolladas, deformadas, desfiguradas.
Me pongo en su lugar y debe ser muy cansino ejercer de punto de rebote para aquellos conductores que han bebido demasiado para coger el coche o que sencillamente no han bebido lo suficiente para quedarse dormidos al volante antes de encender el motor. En una isla plagada de rotondas como ésta, es de lo más habitual descubrir las rutas alternativas que siguen algunos según a qué horas de la noche en las que optan por obviar las circunferencias y seguir recto, a pesar de llevarse alguna señal por delante.
Pero volviendo al caso de las barreras. Su utilidad y su importancia queda demostrada cada tantas semanas porque a pesar de que la mayoría de incidentes ocurren de madrugada, cuando los niños acostumbran a dormir los coches no suelen invadir la acera. O lo que es lo mismo, si el despiste se diera en hora punta, el susto sería de tres pares de narices pero los hierros frenarían a la máquina descontrolada. Aunque a algún usuario seguro que le tendrían que cambiar la ropa interior.
Ahora en serio. Me parece que estas barras han sido un acierto para evitar males mayores, aunque hasta el momento los vehículos son los que han salido peor parados. Es una estupenda idea proteger las vías por donde suelen pasar los jóvenes, así como todas las aceras en general. Pero no basta con esto.
Las barreras deben servir para evitar una desgracia en caso de un despiste no como frenos de emergencia o punto de referencia cuando alguno cabalga con algún brindis de más a lomos de las cuatro ruedas. O de las dos. Por el bien de las rotondas, de las vallas, de las arcas municipales (porque repararlas debe costar una pasta cada tres semanas) y por el de los que venimos en el otro sentido o vamos caminando que, la verdad, no tenemos prisa por morir.
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