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Sólo queda un día. Mañana hay que ir a votar. Es imperativo. La abstención no es rebeldía, es pasotismo. En muchos países del mundo no se puede votar o se hace en unas condiciones ajenas totalmente a la libertad de elección. La abstención es un lujo que se permite una ciudadanía aletargada, perezosa, acomodada y resignada. La indignación debe tener otra sintomatología. Se puede votar en blanco, nulo o a partidos que mantengan intactos los principios (reales, no profesionalizados) de la democracia. La perversión del sistema por parte de los partidos se evidencia más que nunca en campaña. Los ataques entre ellos, las llamadas al miedo (¡Ojo, que vienen los malos!), el tacticismo extremo con debates prefabricados a los que el pueblo da la espalda de forma categórica, el populismo localista, el error intencionado de atribuir la crisis económica mundial a un simple alcalde... La democracia participativa a tiempo real sigue siendo una utopía, no se vislumbran formas de canalizar a diario la opinión real de la gente, ya que los referéndums son demasiado simplistas y las decisiones asamblearias en comunidades extensas son inviables. Por eso, sólo nos quedan las urnas, mal que nos pese. Y las urnas tienen que hablar, porque abstenerse es callar, y quien calla otorga.

Y sólo queda un día.