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Jueves. Me regalo un paseo por el centro de Maó, como en los viejos tiempos. Hay gente, no mucha, pero se percibe un 'run run' que, como el sol, sobresale tímidamente. De repente, una melodía suave y entrecortada capta mi atención. No logro identificarla aunque deduzco, por la agudeza sonora, que la protagoniza una flauta. 'Ya lo resolveré más tarde', me digo, mientras me ocupo de otros menesteres.

De vuelta a la calle las notas siguen sonando. Tampoco ahora logro conocer qué pieza planea por Es Carrer Nou. Me acerco hasta los bancos que unen la calle con S'Arravaleta y veo a un hombre con gafas, sentado, ocupando el mínimo espacio, que toca el instrumento, casi susurrando, como si no quisiera molestar en una estampa melancólica y con una maleta casi tan grande como él. En el suelo, un pañuelo con algo encima, un CD quizás, y al lado un cartel que no logro descifrar pero que, con los tiempos que corren, seguro que viene a decir que cualquier tiempo pasado fue mejor. Un hipócrita bohemio dirá que la maleta está cargada de sueños e ilusiones. Un realista le soltará un guantazo al bohemio por soplagaitas y explicará que todo lo que el músico tiene está en ese equipaje. Lo que es realmente triste.

Dos jóvenes observan al músico divertidos, quizás porque su destreza con la flauta les recuerda al examen que suspendieron no hace tanto en el Instituto en la asignatura de música. El protagonista no muestra gran habilidad con el instrumento, como si hubiera aprendido a tocarlo recientemente a raíz de la cantidad de tiempo libre que le queda a uno cuando lo echan de su trabajo, pierde a su familia y luego no puede levantar la cabeza.

Desde lejos, un hombre observa la escena temeroso, manteniendo una distancia prudente como si de una enfermedad infecciosa se tratara. Con un semblante extraño, preguntándose quizás qué hace ese tipo aquí y por qué no se va a otro lugar, se muerde el labio superior y resopla molesto.

Dudo si dejarle una moneda al 'artista'. Veo que nadie lo ha hecho hasta el momento y que si yo lo hiciera no pasaría desapercibido. Quizás me sentiría humillado ante el aluvión de miradas y de prejuicios. Quizás él se sentiría más humillado. Desisto y me voy hacia el coche. Arranco el motor y me doy cuenta, soy un idiota.

Debería haberle dado una ayuda, a pesar de las miradas. Preocuparse por un igual necesitado es lo que diferencia a las personas de la gente. Soy idiota y, realmente, lo siento.