TW

La tensión política vivida en los días previos al homenaje a las víctimas de los atentados yihadistas cometidos hace un año en Barcelona y Cambrils quedó aparcada para recordar a quienes perdieron la vida. Aunque solo fuera durante unos instantes, los representantes de las instituciones aparcaron sus diferencias para no enturbiar la emoción que evoca aquel despiadado e indiscriminado ataque contra personas indefensas.

Cabe celebrar, por tanto, que al final se impusiera el sentido común para evitar la manipulación del 17-A, excepto algunos incidentes puntuales. La pancarta de rechazo a la presencia del Rey Don Felipe en un edificio de la plaza de Catalunya, de la que nadie quiso asumir la autoría, fue un burdo intento de uso injusto de la ceremonia, porque no era el momento ni el lugar. La inmensa mayoría comprendió que los protagonistas eran las víctimas de los atentados y sus familiares. El resto, sobraba.

Pero también es preciso advertir, con preocupación, la presencia de grupos que defienden sus criterios desde posiciones cada vez más radicalizadas, ajenas al sentido común y al respeto institucional. La confrontación política en Catalunya ha entrado, por desgracia, en una senda donde impera el descontrol y la crispación; una dinámica peligrosa que aleja las opciones de distensión para solucionar un conflicto que divide a la sociedad catalana.