Un jueves, a las 19.30 horas, Quarantine había organizado una charla con el pintor Eloy Morales (Madrid, 1973). Quarantine es una asociación que trae a Menorca unos talleres con artistas figurativos del máximo prestigio; los talleres atraen a un centenar de entusiastas de todo el mundo dispuestos a convivir con ellos y a aprender en sus clases magistrales. Pasan una semana aislados en el Lazareto, donde los móviles no están permitidos. Es gente que aborda la pintura de verdad con pasión. La matrícula es cara, pero hay más solicitudes que plazas. Es un nivel de calidad y de exigencia único en el mundo y se hace en Menorca gracias al sueño del pintor Carles Gomila. Los nombres de estos artistas con esa capacidad de convocatoria por la calidad de su trabajo son poco o nada conocidos por el gran público. Ellos se dedican a pintar, no a salir en los medios.
El año pasado, la artista invitada a compartir un rato con el público fue Lita Cabellut. Este año ha sido Eloy Morales. Y no decepcionó.
El encuentro se produjo en las canteras de Es Castell que acogen el museo de patrimonio marítimo Thalassa. Un espacio ideal por la calidez de las paredes cinceladas en la roca y que son como una piel trazada de arrugas. Nada que ver con esos espacios asépticos como oficinas o distantes como auditorios. Se notaba la sensibilidad en los detalles de Joan Taltavull, otro de los organizadores. Y contamos con la compañía del alcalde y del regidor de cultura, atención que siempre se agradece.
La charla fue bien, llevada con simpatía por Alberto Martínez, un gran comunicador que consiguió crear una atmósfera de confidencias a las que Eloy se prestó con generosidad.
Así, juntos, fuimos entendiendo el trabajo y el mundo del artista comprometido con el hiperrealismo. En su caso, Eloy parte de unas sesiones fotográficas con el o la modelo donde, decía, él trabajaba con espíritu de pintor, no de fotógrafo; una segunda fase trataba la selección y edición en Photoshop de la imagen a representar; y una tercera donde trabajaba minuciosamente su traslado al lienzo. Con oficio de pintor. Una labor paciente y rigurosa que afrontaba con orden y disciplina. Eloy sigue un horario de ocho horas diarias en el taller de lunes a viernes. Algunas de esas obras, de casi 2 x 2 metros, pueden llevarle más de un mes de trabajo, avanzando centímetro a centímetro.
Al acabar la charla, y abierto el turno del público, le planteé que si, tras los procesos creativos fotográficos, eligiendo el modelo, la luz, la composición, la expresión, etc., si no le resultaba cansino ese mes de estar aplicando técnica y oficio a una obra. Y me contestó que ese proceso también era creativo y que era el esfuerzo y el camino que él había escogido para conseguir la obra que buscaba. Una pintura es diferente de una fotografía, por muy idéntica que sea la imagen; porque la pintura está llena de matices, de texturas, de las sensaciones que transmiten los materiales, la piel. Son diferentes. Y por esa diferencia merece la pena todo el esfuerzo. También confesó que combinaba esas pinturas gigantes con otras más pequeñas y dibujos, para evitar el peligro de la obsesión, de la falta de distancia. El hiperrealismo, que para mí era una esclavitud, para él es una opción gratificante y satisfactoria.
El resultado es muy potente. Tanto en los autorretratos o retratos de otros modelos hay una presencia rotunda, unas miradas intensas, una comunicación de un mundo interior que traspasa la pintura, nos atrae y nos atrapa.
Es evidente que la pintura realista es muy distinta de la abstracta o las propuestas conceptuales. Tiene sus códigos, sus tempos y sus conflictos. Por un lado, los realistas se encuentran excluidos, a menudo, de los museos de arte contemporáneo; como si no fueran de nuestro tiempo. Quizás porque son universales y atemporales, conectados desde el Barroco hasta nuestros días. Pero es un error, a mi juicio, dar más valor a un «ready made» hecho con un objeto encontrado o unos brochazos instantáneos y abstractos que al trabajo técnico y laborioso del pintor realista.
Esta pintura minuciosa, de horas y horas ante el caballete, para conseguir con sacrificio una obra de arte me recuerda a los deportistas de élite dedicando horas y horas a mejorar su técnica para alcanzar el triunfo. O el músico que practica sin descanso día y noche para mejorar la técnica de su instrumento y alcanzar la excelencia. ¿En qué momento de la Historia del Arte se decidió valorar más un urinario que un gran lienzo pintado? ¿Por qué hemos seguido esa senda tras el ingenio y el ego del artista que, además, implicaba menospreciar el oficio de pintor y la obra bien hecha?
No debería haber conflicto entre este arte realista y el resto de propuestas del arte contemporáneo. Al fin y al cabo, solo hay obras buenas, interesantes, y obras malas, irrelevantes. Ese debería ser el único criterio.
Si las obras de Eloy Morales no te interrogan, por su intensidad, por su habilidad técnica y la fuerza que contienen, ese rostro detrás de la pintura, y prefieres, en cambio, el plátano pegado en una pared de Maurizio Cattelan, quizás tienes un problema.