Vecinos en una calle de Benetússer, uno de los municipios devastados por la DANA en Valencia. | TVE

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Entre la multitud de voluntarios que se vuelcan estos días en ayudar a los vecinos de los municipios más afectados por las inundaciones de Valencia también hay menorquines. Cada uno con su propia historia. Uno de ellos es Adri Florit (Maó, 1997), quien trabaja en Valencia como microbiólogo.

El pasado sábado se acercó desde la capital hasta el municipio de Benetússer para echar una mano en aquello que pudiese junto a su pareja y un amigo, todos ellos cargados con comida, hasta quince bocatas, botellas de agua, frutas en lata, en almíbar, barritas energéticas… «Cogimos todo aquello que pudimos encontrar porque no había muchos supermercados abiertos, ya que el día anterior era festivo y tan solo había cuatro establecimientos de 24 horas abiertos que ya estaban prácticamente vacíos porque todo el mundo se estaba preparando», detalla.

Ante la avalancha de gente que se concentró en la Ciudad de las Artes y las Ciencias ya a primera hora de la mañana y que esperaba a poder entrar en los buses que les dirigirían hacia las zonas afectadas, Adri y el resto del grupo optaron desde un primer momento por no esperar en la cola y continuar el camino a pie, siguiendo a una multitud que actuó de igual forma.

Caminata de los voluntarios para llegar a la población de Benetússer.
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«Caminamos por la carretera y llegamos prácticamente hasta Paiporta. Decidimos continuar un poco más porque ya se estaba parando mucha gente allí. No sabíamos ni hacia dónde íbamos hasta que vimos que habíamos alcanzado Benetússer y nos quedamos allí», explica el mahonés, que salió de casa a las 7.15 y llegó al pequeño municipio de la periferia valenciana sobre las 9 horas.

Riesgo de infección

Al toparse con un pequeño grupo de efectivos de la Cruz Roja, pidieron unirse a ellos para poder ayudar de una forma más eficaz y coordinada. Así fue cómo accedieron a Benetússer, donde se encontraron un escenario que Adri define como «apocalíptico». «Entramos por la rotonda de las principales avenidas del pueblo y era apocalíptico. Todas las calles llenas de lodo, de coches amontonados que todavía no se habían retirado, gente que iba haciendo lo que podía…», describe el de Maó.

Ampliamente formado en microbiología, Adri destaca los fuertes olores que el barro y el agua estancada ya desprendían el sábado. «Se está pudriendo todo. Está lleno de bacterias que generan muchísimas infecciones si no se limpia bien y que puede acabar pudriendo la casa entera. Ya hacía un olor horrible entre el barro, el agua estancada, que no sabes qué está mojando… los sótanos siguen inundados, hay solo tres dedos entre el agua y el techo», apunta.

Por ello, también llevaban consigo equipamiento sanitario. «Llevábamos material desinfectante, mascarillas, guantes de nailon… tanto para nosotros como para aquellos que lo necesitaran», subraya. De hecho, el propio Adri tuvo que asistir a «una niña a la que le había entrado algo de barro en el ojo». «Pueden aparecer muchos peligros a partir de esta situación», advierte.

El apunte

«No hay suficientes efectivos para garantizar la seguridad de noche»

A las 16 horas de la tarde, después de todo el día ayudando a limpiar las casas, Adri y los suyos se tuvieron que volver a la capital para que no se les hiciera de noche durante su caminata de dos horas. Cuentan que el «nerviosismo» se apodera de los residentes de Benetússer y demás pueblos afectados cuando anochece. «Por la noche se producen saqueos y la situación se torna aún más caótica. Somos voluntarios, pero tampoco tenemos que arriesgarnos nosotros mismos», explica añadiendo que no hay «suficientes efectivos» para «garantizar la seguridad».