Nacida en Lituania, Anna pasó la mayor parte de su vida en Polonia, aunque recalca que sus raíces rusas siguen estando ahí y son muy importantes, de hecho tiene doble nacionalidad. Aunque «suene a cliché», dice, se siente «ciudadana del mundo», pese a que no fue hasta su llegada a Barcelona, con tan solo 19 años, cuando empezó «a crecer y madurar», un nuevo camino que al final condujo sus pasos hasta Menorca.
Primera parada, Barcelona. ¿Cuál es su historia?
—Siempre quise estudiar fuera. Había empezado la carrera de filología inglesa en Polonia, pero mientras tanto buscaba salidas a Europa en diferentes universidades; me aceptaron en Madrid, Suiza y Barcelona, y me decanté por la de esta última ciudad. Era un lugar que me atraía, y que ya había visitado durante un mes un verano.
Y allí se plantó.
—Sí, sin hablar nada de español y sin conocer a nadie. Recuerdo que hacer la matrícula fue toda una aventura porque nadie hablaba inglés en la secretaría de la facultad. Tenía algo de dinero ahorrado porque ese mismo verano había estado trabajando en Copenhague con un programa de intercambio de teatro interactivo. Allí se ganaba bien, pero cuando llegué descubrí que la matrícula era el doble de lo que tenía pensando. Y después de entrar en el piso y pagar la fianza me quedé con 20 euros.
Con ese dinero no podía ir muy lejos.
—Me pregunté qué hacer y pensé en ir a cenar. Nunca me olvidaré de ese momento, cuando pasé por la calle Tallers y escuché música en un restaurante. Decidí entrar, cené estupendamente y hablando con el jefe del negocio salí de allí con un trabajo de camarera.
Aunque tenía su punto de mira en el arte y la música
—La verdad es que sí. Vengo de una familia muy artística, mi madre es actriz y mi padre batería de jazz y yo siempre he cantado, tengo estudios musicales básicos. Pero fue en esa ciudad donde realmente empecé a cantar sobre el escenario, y es donde empecé mi aventura con Menorca.
¿Cómo se produce esa conexión?
—Pues resulta que en mi primera vivienda compartía piso con un menorquín, que después resultó ser amigo de mi pareja actual, de Nacho Olivar, a quien conocí en mi segunda semana en Barcelona porque un amigo de un amigo me comentó que tenía que ir a una jam session en una zona industrial de la ciudad, en un bar underground. Y allí conocí al padre de mi hijo, Alexander, que va a cumplir dos años en octubre y nació ya en Menorca.
Y así empezó su carrera musical.
—Así fue, Nacho estaba en una banda que buscaban cantante, empecé también a cantar blues, a ir a las jam sessions y moverme en los círculos de jazz de la ciudad. Un año después creo que estaba cantando ya en seis proyectos diferentes, uno de ellos Lazygroove, que todavía siguen en activo.
¿Cuándo deciden mudarse a Menorca?
—Cuando supimos que estaba embarazada, esa fue la razón, creímos que era un lugar espectacular para que creciera nuestro hijo. Yo ya había conocido Menorca en 2012.
¿Qué le pareció entonces el lugar?
—Imagínate, llegué por Sant Joan. La verdad es que sabía poco de la Isla, tan solo había visto fotos y ya me parecía un paraíso. Está claro que me encanta el cliché menorquín, la Menorca de verano, pero realmente conoces la Isla cuando pasas un invierno, es entonces cuando la gente te empieza a mirar diferente y tratar de otra forma.
Esos temidos inviernos de los que tanta gente de fuera habla. ¿Cómo fue el suyo?
—Fue duro, porque cuando empiezas a llevar bien el verano de repente llega la otra estación y te tienes que adaptar rápido al cambio. Pero es una época que tiene muchas ventajas, en mi caso fue el invierno lo que me permitió encontrarme conmigo misma, y hay que tener en cuenta que esa primera estación ya la pasé siendo madre. Fue difícil e intenso, pero estuvo bien.
Supongo que tener una pareja menorquina hizo más fácil la adaptación.
—Por supuesto, además por el hecho de sentirte arropada de una manera que en Barcelona no lo consigues por muchos amigos que tengas. Aquí conozco a todos mis vecinos, tenemos muchísimos amigos. Aquí me siento en casa. Pero a mí, lo que más me impactó de mi llegada a Menorca fue estar sentada en medio del 9 de Juliol, en Sant Joan, con muchas generaciones diferentes, comida en la calle y sentir esa comodidad.
¿Qué es lo que más aprecia de vivir aquí?
—Son muchas cosas, pero una de ellas es vivir tan cerca de la naturaleza y sentirme segura y arropada. Tener la posibilidad de pasar unos inviernos que en mi caso, después de trabajar mucho en verano, me permiten hacer muchas otras cosas, como estudiar por ejemplo.
¿Cuál es su principal trabajo ?
—Soy cantante del dúo White Russian, junto a Nacho, un proyecto que montamos ya hace tiempo. Hacemos versiones, pero somos un dúo acústico un poco diferente, no tocamos el mismo repertorio de todo el mundo, siempre buscamos algo diferente, por decirlo de alguna forma hacemos los segundos greatest hits; es decir, no tocamos «Higher ground» de Stevie Wonder, sino «Isn't she lovely» o «For once in my life». Tocamos, creo, todos los géneros posibles. La verdad es que Nacho para mí, aparte de ser mi pareja, objetivamente creo que es uno de los mejores guitarristas de la Isla, y lo digo por la manera en la que siente y vive la música.
¿Y usted cómo siente y vive la música?
—Es mi vida. Pero en Barcelona aparte de con la música también me moví en el campo de la interpretación. Allí trabajé para una agencia e hice anuncios para diferentes marcas publicitarias y también como actriz. De hecho me dieron un papel para un largometraje del director David Casals-Roma pero justo coincidió cuando me quedé embarazada. Aunque en la vida toda va como tiene que ir.
Castellano perfecto y también canta en menorquín, de hecho acaba de colaborar con una de las canciones del último disco de Leonmanso.
—Ya había cantado en catalán antes, pero nunca en menorquín. Cantar en esa lengua me pareció muy difícil y creo que Leonmanso tiene un don increíble para cantar en ciutadellenc, aparte de que es un artista impresionante, a la vista está en el disco que acaba de hacer. Me siento muy honrada de haber podido colaborar con él y cantar «Vinjolita de foc».
¿Cuándo partió de Polonia lo hizo con la idea de regresar al cabo de un tiempo?
—Yo siempre supe que iba a vivir fuera, desde que era muy joven.
¿Por qué ese anhelo?
—Tal vez porque mi madre ha viajado un montón. Ella partió de casa también con la misma edad y se lanzó a Lituania, donde trabajaba en el Teatro Dramático Ruso, uno de los más importantes. Pero después, con el fin de la Unión Soviética, en el 91 vivir en Lituania para los rusos era un poco complicado y como tenía contactos de un teatro en Polonia decidió ir y allí se quedó.
¿Cómo están las cosas por Polonia actualmente?
—En el ámbito socio político, complicado. Pero yo creo que esta situación de tan extrema derecha católica ha dado un empujón a la sociedad que no iba a votar, y ahora se empiezan a reivindicar cosas como los derechos de la mujer, ahora las mujeres están haciendo cosas muy heavies allí, con manifestaciones y actividades, la verdad es que se están organizando. Ha llegado al momento para ello.
Y ahora, ¿qué planes de futuro tiene?
—Nunca se puede decir nada porque no se sabe lo que va a pasar. Somos personas muy flexibles y jóvenes, y aunque ahora tenemos a Alexander, si sale alguna posibilidad de ir a otro lugar, tal vez sea posible. Pero aquí está nuestra casa y mí me gustaría que me hijo se sintiera igual que mi marido, quien siempre me dice que él, que ha viajado, puede ir a la otra parte del mundo, «pero sé que tengo mi Isla y que es mi casa», recuerda siempre.
¿Ahora Menorca también es su casa?
—Sí, pero la casa para mí es el sitio donde están las personas que quiero. Aunque no tiene por qué ser un sitio o una ciudad, es más un sentimiento. También echo cosas de menos de Barcelona, pero aquí se está muy bien. Aquí el tiempo pasa diferente, lleva otro ritmo. En Menorca aprendí también a apreciar cada día, cada momento. Cuando llego en el avión y veo la Isla siempre se me ponen los pelos de punta. Menorca me permitió convertirme en madre, estoy súper agradecida y salió todo muy rodado. Me gustaría tener unas palabras de agradecimiento para Mayca Martínez y Ariel, de la asociación Karbala, porque me ayudaron mucho con la maternidad, además de mucha otra gente que es muy importante en la Isla para mí.
Como todos los sitios, también tiene sus carencias. ¿Qué echa en falta aquí?
—Tal vez una mejor situación para la música en vivo, me gustaría que hubiese más, que se pudiera tocar más en las calles, y no solo en verano. Hay que pensar también en la gente que vive aquí durante todo el año, que también tienen que tener la cultura cerca.
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