De padre checo, madre italiana y nacido en un pequeño pueblo del norte de Francia, Cristophe ha vivido, y de una forma muy intensa, reconoce, la mayor parte de su vida en París. Una ciudad que dice le ha dado mucho, pero parece que no tanto como actualmente le ofrece el estilo de vida que lleva desde hace cuatro años en Alaior, donde sigue dedicándose a lo mismo, la decoración y regentar un pequeño bar restaurante, pero a una escala menor, algo que le hace llevar una vida mucho más feliz.
¿Cuál fue su primer contacto con la Isla?
—Un día de invierno, año nuevo de 2010. Me quedé solo tres días y ello me provocó mucha frustración por no poder ver lo que había alrededor. Vine invitado por una amiga y al verano siguiente regresé solo para descubrir Menorca, y lo que ocurrió es que me enamoré de la Isla. Fue una locura. A primera vista Menorca es un sitio idílico, tienes playas magníficas y un gran naturaleza, el tiempo acompaña, el color; luego está el lado rural del sitio, que es algo que me gusta mucho. Lo resumiría diciendo que me gusta su autenticidad. De la primera semana que estuve en la Isla guardo todavía un vídeo grabado en la costa norte en el que ya decía que quería ser menorquín.
¿Por qué ese anhelo de querer ser de la Isla?
—Hay que tener en cuenta que viví 25 años en París, y lo pasé genial. Fue una etapa durante la que trabajé mucho. Fue una ciudad que siempre me dio la oportunidad de hacer lo que quise en cada momento. Aunque en 2001 hice un paréntesis y me fui a vivir a Chile. Fue una buena experiencia buena pero estaba muy lejos.
¿Y esa decisión de cruzar el océano?
—Fue una historia de amor, pero a los tres años regresé a París para seguir trabajando con mis proyectos y en mi taller de decoración, una empresa de recuperación y diseño de muebles, una actividad con la que todavía continúo aquí, en Alaior, al igual que con el restaurante; lo bueno de vivir aquí es que tienes tiempo suficiente para sacar las dos cosas adelante.
Pero según tengo entendido, lo dedicarse al mundo de los restaurantes fue un poco de rebote.
—Antes, con mi empresa de obras arreglaba fachadas, sacaba diferentes capas de pintura hasta que se llegaba a la madera. Un día, cuando fui al taller vi que una vieja tienda enfrente se vendía. Me informé por curiosidad, y cuando el dueño me preguntó para qué lo quería, la primera cosa que se me ocurrió fue la de un restaurante. Para mí suerte tenía un cliente italiano, que trabajó durante muchos años como restaurador en el Trastevere de Roma, le conté la historia y nos embarcamos en el negocio como socios.
Así nació el Chauvoncourt.
— Sí, el mismo nombre del bar restaurante que regento aquí y que toma el nombre de la ciudad en la que nací. Fue un negocio que nació en su origen como un espacio de degustación de vino y productos de la tierra. Trabajé en él durante mucho tiempo, y después de siete años encontré Menorca, surgió la ocasión y salté sobre ella.
¿Restaurador y decorador son sus principales vocaciones?
—Uf, he tenido una trayectoria laboral muy variada. Comencé con los estudios de contabilidad y negocio, luego fui a vivir una temporada en los Alpes, donde encontré gente que me introdujo en el camino de ser actor, una disciplina en la que luego me formé en la escuela Florent de París. Después me concentré para ganarme la vida con otras cosas, y trabajé en un hotel de los Campos Elíseos hasta que en un momento abrí mi primera empresa de obra, un taller de restauración y decoración.
A la vista de la decoración de su negocio, tiene un estilo muy propio, un poco retro, diría. ¿Cómo lo definiría?
—Me gustan mucho los objetos del pasado, creo que tienen una concepción muy fuerte. Ahora se diseñan cosas para comprar y tirar, antes estaban pensadas para durar. Me gusta reutilizar lo que no sirve, reciclar, es mi parte más ecológica. Pintar, pulir, barnizar, hacer mosaicos. Alargar la vida de la cosas. Son productos que me dicen mucho más que un mueble de Ikea o cualquier otra cosa. Ahora todo está pensado para hacerte consumir cada tres años, lo que quieren los grandes grupos es que sigamos consumiendo.
Sin tener experiencia en sector de la cocina, ¿cómo se planteó el negocio?
—Me encanta comer, beber, soy un bon vivant, como se dice en mi país. El negocio no es un restaurante al uso, yo no tengo un chef ocho horas en la cocina, solo tengo gente en ella durante las horas que dura el servicio. Hacemos todo à la minute (en el momento), el risotto, la pasta… También me he inventado algunos platos propios que funcionan muy bien, uno con patata, trufa y jamón del país al horno. Aquí también lo vendo bien. Trabajamos todo con producto fresco.
¿Funcionó el negocio en París?
—Claro que funcionó, un montón, muy bien. Pero yo me fui de allí no solo porque me enamoré de Menorca, sino porque ya no podía más, estaba llevando a la vez tres negocios. Una amiga me habló de Menorca y aquí estoy desde hace ya cuatro años.
¿Cuando regresó de visita una semana de verano al año siguiente ya lo tenía claro?
—Después de esa semana, regresé y lo puse todo en venta. A los dos años logré vender el taller aunque el restaurante costó más tiempo, pero tenía decidido que venía a Menorca, aunque fuera compaginando temporadas en ambos sitios. Tenía claro que acabar aquí era una cuestión de tiempo, estaba mi paciente por venir a Menorca. Aquí estoy y no paro, si no estoy trabajando en el restaurante, estoy en el taller, en el jardín o en mi huerto.
Tiene hasta un huerto.
— Una de las ilusiones que tenía cuando llegué era la de comprar un huerto. Y lo conseguí, con unas vistas espectaculares. Tengo allí mis plantas, quiero terminar mi pared seca y algún día quiero producir para mi restaurante. Cuando decidí abandonar París quería salir del consumismo. No sé si sabes lo que es un parisino…
¿En qué sentido?
—Pues con el tema de la moda, el egocentrismo, el egoísmo, de ir donde brilla… Yo fui parte de eso, sé de lo que hablo, y ahora para mí eso es la tontería más grande del mundo.
Pero algo echará de menos de París.
—Pensé que iba a echarlo más de menos, pero al final no. De hecho no he regresado a la ciudad en los cuatro años que llevo aquí. Viví 25 años muy intensos allí, y no digo que no vaya a volver, porque eso nunca se sabe. Tenía una buena vida allí, con mucho trabajo y mi apartamento en Montmartre. Eso sí, ahora cada año, en febrero voy a ver a mi abuela al sur de Francia.
¿Por qué Alaior?
—Cuando vine por segunda vez vi el pueblo desde el autobús y me llamó mucho la atención, todo blanco, con su iglesia. Me instalé al principio unos meses en Ciutadella, pero al final me decanté por Alaior. No acabé de encontrar allí mi lugar. Además, tenía claro que quería tener un huerto, y aquí lo encontré e invertí mi dinero en él. Me gusta saber que al menos tengo eso. Alaior es el pueblo más lindo de la Isla. Me gusta la autenticidad de la gente. Aquí estoy muy bien.
¿Qué es lo mejor de Menorca?
—Para mí, mi huerto. Antes iba a la playa más, ahora cuatro veces al año, y siempre a lugares aislados para estar lejos de la gente. Lo bueno es que tengo amigos muy buenos aquí.
¿Por qué cree que cada vez hay más franceses en Menorca?
—Pues porque estamos a una hora y media de París en avión. Yo antes de descubrir este paraíso había viajado mucho por el mundo, buscando mi sitio, no solo a Chile, sino por países asiáticos. Algunas veces pensé en instalarme en otros destinos, pero creo que entonces todavía era muy joven para hacerlo. En Menorca encontré todo lo que buscaba, y además cerca de mi país. El mar precioso, el sol, la autenticidad. Alaior de alguna forma también me recuerda a mi pueblo, Chauvoncourt, no por lo que es pero sí por lo que me recuerda del lugar en el que crecí.
¿Se ve viviendo aquí para largo?
—Ojalá que no me mueva de aquí. Nunca se sabe qué va a pasar, pero aquí soy feliz. Quiero hacer bien mi trabajo y hacer felices a mis clientes.
1 comentario
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Esta historia es similar a la de mis padres pero de Madrid a Ibiza. Un placer leerlo.