En el trabajo. María, en el balcón de la Menorca Spanish School, el centro educativo que dirige en Maó, un proyecto en el que trabaja desde hace dos años: «Las cosas sin pasión no salen bien, no funcionan», dice | Javier Coll

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Poner Menorca «en el mapa», que se conozca como un destino internacional para aprender español, propiciar el intercambio entre la Isla y el resto del mundo, explica María antes de contarnos su aventura vital menorquina: «Quiero que venga gente aquí, que nos conozca, que sientan lo mismo que cuando yo vine por primera vez».

Menorca entró en su vida por…

—Pues mi historia con la Isla tiene su origen en que conocí en Argentina a mi marido, que trabajaba desde hacía tiempo en una multinacional en Buenos Aires. Lo que sucedió es que después de un tiempo vine a Menorca para conocer a su familia, y hay que decir que, como mucha gente, yo tenía la idea de que en Balears todo era como Mallorca, pero cuando llegué aquí fue como un viaje en el tiempo. A mí me encanta la historia, de hecho me hubiera gustado ser historiadora. Y llegar aquí fue como un encanto, mi cabeza pensó «éste es un lugar en el que en algún momento tengo que vivir».

Pensado y hecho.

—Sí, se cumplió. La Isla en su conjunto me produjo una fascinación, y no solo el mar, que es bellísimo. Me gustaron los pueblos, las construcciones, el sentido de comunidad y la tranquilidad, que hay que decir que es uno de los motivos por los que vine aquí. Todo tiene un encanto, y apreciarlo y sentirlo es único. Yo suelo contar que estoy en un lugar que es como el paraíso, en todos los sentidos. Allá donde mires encuentras algo bonito; aquí, sin ir más lejos, te cito el puente de Sant Roc. Ciutadella también me parece un lugar muy bonito, pero cada localidad tiene su encanto.

Algo que se puede decir también de su país.

—Argentina es hermoso. Es un país muy bello. Tuve la suerte de conocer todo el país, que es muy grande, con muchos microclimas diferentes y culturas muy diferentes dentro de un mismo país. En el norte tenemos mucha influencia de Bolivia, Paraguay y la zona andina, luego también está Chile. Pero el sur… Siempre digo que el que pueda ir a ver el glaciar Perito Moreno puede disfrutar de algo tan imponente que te hace llorar, te emociona la inmensidad del hielo; es el único lugar de Argentina que me emociona.

Y por qué la decisión de dar el salto a Europa.

—Allí estábamos muy bien, tanto mi marido como yo teníamos buenos trabajos, pero se produjo un clic cuando nos enteramos de que íbamos a tener mellizos. Fue entonces cuando comenzamos a replantearnos muchas cosas; trabajábamos muchas horas al día, pasábamos todo el día fuera de casa en una ciudad con ruido y muchas distancias que recorrer. La verdad es que el ritmo de una ciudad grande y la presión del trabajo te lleva a una especie de vorágine, y es entonces cuando te preguntas qué me queda. Por otra parte, mi hija cuando no estaba en el colegio estaba con una niñera, solo la veía por la noche. Fue entonces, durante la segunda visita a la Isla, cuando nos replanteamos la posibilidad de hacer un cambio de vida.

Una decisión valiente, muchos se lo platean pero no todo el mundo acaba dando el paso.

—Dejamos atrás una calidad de vida diferente por elegir un lugar para los niños más tranquilo, para poder criarlos de otra forma, en un lugar tan maravilloso como éste. Nosotros disfrutamos ahora la vida de otra forma.

¿En qué sentido?

—Pues por ejemplo, ahora vivimos en Binisafúller, al lado del mar, y por la tarde en verano, o a veces en ocasiones como esta época del año, podemos coger la barquita y salir a dar una vuelta a pescar. Es algo muy diferente.

Un cambio a mejor, lo que buscaban, pero ¿cómo fue la transición?

—Hay que decir que hicimos un stop intermedio en Barcelona de un año para adaptarnos progresivamente.

¿Cómo fue la experiencia?

—Bueno, pues nos dimos cuenta de que era más de lo mismo. En un momento me pregunté a mí misma para qué había venido, para qué había cruzado el océano. «¿Para esto?». Lo que pasa es que pensamos que a nivel laboral no podíamos hacer un salto tan grande al principio, desde Buenos Aires a Menorca. Al poco de estar en Barcelona nos dimos cuenta de que estábamos inmersos en una rutina de trabajo, horarios y distancias similar a la que teníamos en Argentina. Así que le dije a mi marido, «me parece mi amor que esto no va a funcionar».

Con Menorca a 30 minutos en avión, supongo que la opción de dar el salto era tentadora.

—Sí. Pensamos que en Menorca tendríamos todo mucho más cerca y dejaríamos de perder tiempo, y así podríamos utilizarlo para pasarlo en familia y disfrutar. La idea era dejar de perder horas de yendo y viniendo en un coche, aprovecharlas de otra forma.

¿Su marido llevaba mucho tiempo fuera?

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—Pues veinte años.

¿Qué supuso para él volver a casa?

—Bueno, para él también fue un gran cambio después de tanto tiempo alejado de la Isla. Fue muy bonito volver a vivir junto a su familia y con sus amigos de toda su infancia. Me di cuenta de que sus amigos de verdad eran los de aquella época, con los que creció, están aquí y no en otro lugar. Son como otra familia y disfrutamos todos de ella.

La contrapartida es que ahora es su familia la que está lejos.

—Sí que lo está. Pero creo que la tecnología nos acerca mucho, con las videollamadas, el WhatsApp… Ya nada es como antes. Siento como si no hiciera tanto tiempo que no nos juntamos, como si hace poco que estuviéramos comiendo, la tecnología me ofrece mucha cercanía. Mis familiares sí que nos han visitado aquí.

¿Y usted ha regresado?

—No, todavía no, no he vuelto con los niños porque me parece que para ellos es un viaje demasiado largo, son muy pequeños aún, tienen tres años. Quizás en unos dos años vayamos todos juntos, en un momento el que podremos disfrutar más de la visita. Lo que sí haré yo es viajar sola a Argentina el próximo mes de noviembre.

Dejando de un lado la familia, ¿qué es lo que más echa de menos de su país?

—Le va a parecer una tontería. No extraño el tráfico, los horarios, la rutina del trabajo de la gran ciudad, pero sí que echo de menos la comida, un asado en familia, y una cosa que se llama facturas de crema, que es lo que más me gusta (risas). A veces me pregunto si alguien me pudiera enviar una por avión (risas).

¿El asado en Menorca no es lo mismo?

—Hacemos barbacoas, pero no es lo mismo. La carne no sabe igual, que es lo que mismo que le pasaba a mi esposo, una paella en Argentina no es un paella, me decía.

Volvamos a Argentina, que estos días está siendo noticia por la posibilidad de un rescate financiero, un tema delicado si se tiene en cuenta las experiencias del pasado. ¿Cómo lo vive desde la distancia?

—Este es un tema recurrente. Nosotros, como argentinos, estamos muy acostumbrados a la inestabilidad, así que lo estoy viendo como un episodio más, en el que luego todo sigue, todo continúa, pero nada para nosotros es catastrófico. Estamos acostumbrados a esto. Siempre estamos como en una carrera de obstáculos y buscamos la forma de encontrar una solución, una salida o un atajo.

En su caso, la adaptación le resultó fácil por la ayuda de su marido, pero uno no se acaba de integrar del todo hasta que entra en el mercado laboral. ¿Cómo vivió ese proceso?

—Cuando llegué mis hijos eran muy pequeños, así que me dediqué a la familia; después, con la experiencia laboral que ya tenía, vi la necesidad en Menorca de montar una escuela internacional de idiomas y de intercambio de estudiantes. Pensé que estaría bien hacerlo aquí porque es lo que yo sé hacer y lo que puedo aportar. Consideré que podía ayudar a traer turismo y desestacionalizar Menorca, recibimos alumnos durante todo el año.

¿Cuál es el perfil de sus estudiantes?

—De treinta años en adelante, todos suelen ser universitarios, gente que maneja más de un idioma, de un nivel sociocultural medio alto y gente muy culta.

Supongo que los alumnos saben que vienen a aprender español a un lugar en que la primera lengua es el menorquín.

—Sí que lo saben. Los profesores se encargan de explicar ese tema y también se les enseña palabras en la lengua local. Nos interesa que aprendan la cultura menorquina.

Lleva pocos años en la Isla. ¿Qué me dice del futuro?

—Hoy mi vida está aquí. Encontré mi lugar. No tengo la añoranza de irme a mi país. Mi familia y mi vida están aquí y me encanta, no cambiaría nada de lo que gané aterrizando en Menorca. Todo lo que he vivido aquí ha sido bueno.