Gallardo. Dice que la pintura es «la compañera» de su vida, aunque tiene planeado dedicarse más a la escultura | Sergi Garcia

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Ante la pregunta sobre cuándo pisó Menorca por primera vez le cuesta situarse en el tiempo. De hecho para responder tiene que ir a ver la fecha de la firma de uno de sus cuadros en la galería de autor que tienen en la Plaça des Pins de Ciutadella. Calcula que fue en torno a 2004 y durante la entrevista reconoce que «es curioso como llegué, en el fondo parece como si me hubieran venido a buscar».

¿Por qué Menorca?

— La pintura tiene algo que ver. Estudié la carrera en Buenos Aires, y durante los seis años me iban hablando continuamente de España y sus pintores, Velázquez, Picasso, Goya… Así que ya se me pasó por la cabeza la idea de, una vez que acabara la carrera, viajar a ese país, quería ver eso con mis propios ojos. Ahorré un dinero con unas esculturas y trabajando de profesora y me vine para aquí. Cuando llegué a Vic el tema del corralito me partió por el medio, no pude salvar mis ahorros. Mucha gente a España vino por esa crisis, pero yo lo hice porque quería vivir la experiencia del arte.

Pero no fueron principios fáciles.

— En un momento dado me quedé con dos euros al otro lado del mundo. Con ellos compré un paquete de lentejas y otro de arroz para tirar toda la semana. Coincidió en el tiempo con la visita de un amigo escultor que conocía a una pareja que estaba interesada en encargarme el logo de un perfume. Hay que decir que al principio de llegar a España todo fue mucho más complicado porque todavía no tenía los papeles. Estaba haciendo changuitas, palabra con la que en Argentina nos referimos a hacer trabajos para ir tirando. Les hice el logo y resultó ser una pareja muy simpática. Me dijeron que por mi manera de ser y si necesitaba trabajar, había un lugar que me iba a encantar, un paraíso. Y así fue como apareció en mi mundo Menorca.

¿Qué sabía de la Isla antes de eso?

— Fue la primera vez que escuché hablar de ella. No sabía nada. Había oído cosas de Eivissa, pero jamás de Menorca. Lo único que me dijeron mis amigos es que era un lugar en el que resultaba difícil encontrar un lugar para vivir. No quería pedir ayuda a mis papás, me fui con 24 años al otro lado del mundo con la idea de salir adelante sola, y aunque hubieran estado ahí para ayudarme, no quise. Entonces empecé a rezar para venir aquí y conocer alguien de Menorca. Me pasé una semana repitiendo ese mantra.

Y veo que funcionó.

— La historia es la siguiente. Un día me estaba duchando y se me cortó el agua, así que me fui a casa de un amigo. Cuando estaba allí, sonó el timbre y al abrir la puerta alguien preguntó por una persona que no vivía allí desde hacía tiempo. Me dijo que si le volvía ver le dijera que había pasado a verle Javi de Menorca. Yo le conté mis planes, le expliqué lo que me habían comentado sobre el alojamiento y él se ofreció a alquilarme una habitación.

E hizo la maleta.

— Sí, con el dinero del perfume me vine a Maó e hice la temporada trabajando en un hotel y salí adelante. Después, como mucha otra gente, inicié una etapa en la que mi relación con la Isla fue de idas y venidas. Pero ya me había enamorado de la Isla.

¿Cuándo se instala definitivamente?

— Creo que fue en 2007. No fue una decisión en sí, fue algo que se fue dando y sucedió. Mis amigos en Argentina me preguntaban si me iba a quedar a vivir en España, y yo les decía que no sabía, «estoy viviendo, pero no sé si me voy a quedar», era la respuesta siempre. Ahora, con mi hijo es diferente, porque ya echas raíces.

¿Qué le pareció la Isla en su primera impresión?

— Me sorprendió para bien. Me generó contacto, tuve una alineación con ella. Conecté rápidamente con la Isla y conmigo misma. Me sentí bien, alineada, en una dirección, como parte de la naturaleza. Vi un lugar muy hermoso, en el que todo fluía de una forma muy fácil. Me impresionó muchísimo el agua, me tiraba horas mirando el mar. Hay que tener en cuenta que yo soy de la parte de la Patagonia del Atlántico, donde el mar es abierto, revuelto, espeso y oscuro; nunca había visto un agua tan clara como la de Menorca.

¿Le resultó inspirador artísticamente?

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— Mucho. Forma parte de mi obra, me refiero a que es el elemento que me alinea, mi centro, la parte que me hace crear. No es que por estar en Menorca vaya a pintar solo barcos. No es una cuestión de temática, sino del equilibrio que me da la Isla para crear, es un lugar donde uno puede sacar lo que tiene. Lo que yo pinto son emociones y cosas de la vida que me van pasando, que también me las da la Isla, es una simbiosis. El tema propio de la Isla más visual que utilizo es el agua.

¿Cómo fue su adaptación a la vida menorquina?

— Muy fácil. Siempre he notado una similitud con Patagonia en lo que se refiere al aislamiento, a la soledad, al viento, a tener mucho tiempo para estar solo y tranquilo. Los menorquines tienen ese carácter, que no es malo, de guardar su territorio, su identidad, y de no abrirse enseguida, y a mí eso me encanta porque te facilita el anonimato, y eso me permitió pasar más desapercibida. Luego pintando ya sí que conoces mucha gente; pero me gustaba tener ese punto de extranjera, me venía bien para crear. De hecho yo me quedé aquí a pintar por esa soledad que uno encuentra en el invierno.

¿Laboralmente le resultó fácil?

— Apenas llegué comencé a trabajar con el arte. Por suerte no me homologaron el título de pintura enseguida.

¿Suerte?

— Pues porque al no poder dar clases me dediqué a pintar. Venía de haber pasado muchos años estudiando y en ese momento tocaba encontrar el camino. Encontré el lugar para dar con mi estilo y trabajar, trabajar y trabajar. Un estilo que por otra parte ya había empezado a tomar forma desde que era una niña, tengo ahí algo muy marcado y muy personal. Pero lo empecé a pulir en España. Cuando estuve en Barcelona me encerré tres meses para nada más que dibujar y pintar. Cuando no tenía dinero iba a una imprenta y me regalaban papel de pizza y dibujaba con tinta china. Con nada podía pintar mucho.

Al final puede vivir del arte. Y además apostó por crear su propio espacio de exposición, al margen de las galerías tradicionales. ¿Por qué ese modelo?

— Una de las razones que me llevó a tomar esa decisión fue que soy muy productiva, y por eso no puedo depender de 15 días al año para mostrar mi trabajo. Este modelo me permite tener una exposición permanente.

¿Pinta durante todo el año?

— Hay meses en los que paro y me desconecto por completo; es como hacer el reset del ordenador, me lleno de información, de sentidos y de emociones y no pienso para nada en la pintura. Es algo natural. Cuando fuerzas y trabajas como una máquina se nota mucho, se pierde un poco el alma. La pintura es mi compañera para toda la vida, pero en el futuro tengo pensando dedicarme más a la escultura. De hecho mis cuadros ya son muy escultóricos, volumétricos; el concepto es estructura pura.

Acaba de inaugurar una nueva exposición.

— Sí, se titula «Los hombres que abrazan a las mujeres». Es un tema que me encanta, estoy entusiasmada. Es una reivindicación del nuevo hombre desde el lado positivo. Hay muchos hombres que han vivido un cambio y viene toda una generación con ese cambio adquirido por las mujeres que estamos formando nuevos hombres. El hombre de hoy tiene grabado en su memoria genética, ancestral, un montón de información que es obsoleta para estar con una mujer. Pero todo va cambiando poco a poco.

¿Qué es lo que más le gusta de vivir en Menorca?

— Esa separación del resto del mundo me ayuda a tener un mundo interior y tiempo. Está siendo, una experiencia mágica, muy positiva.

¿Por dónde pasa tu futuro?

— Por el momento estoy centrada en el presente.