15 años. El tiempo que Daniel lleva instalado en la Isla, después de haber vivido tres décadas en Argentina | sergi garcia

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La llegada de Daniel Marqués a la Isla y su decisión de empezar una nueva vida aquí no fue fruto de la casualidad. Al final, las raíces tiraron de él hasta los orígenes de su familia menorquina, una de las muchas que el pasado siglo decidió cruzar el océano para buscar una mejor porvenir. Hace 15 años, Marqués inició el camino de regreso.

Tardó tres décadas en visitar la tierra de sus antepasados.
— Sí, vine a ver a mi hermano, que vivía aquí desde hacía unos años, para teóricamente regresar, pero me quedé. A los tres meses llamé a mi mujer y le dije que me habían ofrecido un trabajo. El plan era que ella viniera y si le gustaba, nos quedábamos.

La cosa estaba mal en su país.
— Sí, era la época de después del corralito; cogí una depresión fuerte. Yo hablaba con mi hermano y me contaba cosas, pero quería saber más. Él fue el primero en regresar a la Isla, y después llegaron mis padres. Veía que ninguno volvía a Argentina, y aunque teníamos contacto, me preocupaba por ellos. Así que cogí un avión y me planté en Menorca. Le conté a mi hermano cómo estaban las cosas en nuestro país y el me contestó «aquí no te vas a aburrir, esta noche te vienes a trabajar conmigo». Y el mismo 19 de diciembre, recién aterrizado, me puse a trabajar por la noche de seguridad en una discoteca del puerto de Ciutadella, a diez euros la hora.

Y así empezó todo.
— Sí. Hay que tener en cuenta que aterricé en la Isla con ocho euros en el bolsillo. Sabía que venía ver a mi familia, por lo que todo lo que tenía lo había dejado en Argentina, ya que la idea era regresar.

¿Cuándo llegó su familia a Argentina?
— No sabemos el año con exactitud, pero hablando con mi padre calculamos que fue en la década de los 30. Quienes emigraron fueron mis abuelos, Pedro Marqués Mascaró y Francisca Serra Juaneda, que viajaron en el mismo barco a Argentina, pero todavía no eran pareja cuando vivían en la Isla.

¿Qué le contaba de Menorca su familia cuando era pequeño?
— Me hablaban mucho de la Isla. Uno de los primeros recuerdos que tengo de mi abuelo es de cuando íbamos a la Protectora Menorquina, lugar habitual de reunión de los isleños. Me acuerdo de cómo él hablaba en menorquín con sus amigos y yo no entendía nada. Desde entonces hasta el día que me fui, 30 años después, siempre guardé un pequeño contacto con la Protectora. Mi hermano llegó a ser secretario de la entidad. También se da el caso de que tenía una tía abuela menorquina que en ocasiones nos visitaba en Argentina, ella nos traía fotos de la Platja Gran, y eso era lo que yo conocía de la Isla.

¿Qué impresión le causó?
— Ver esas imágenes, al lado del mar, me pareció impresionante. Algo que no se podía ver en la zona de Argentina en la que vivía. Las aguas turquesas me parecían algo fantástico. Ya desde chaval sabía que algún día vendría.

Sin embargo, su hermano pequeño se le adelantó.
— Sí, y fue gracias a la visita a Córdoba de unos familiares menorquines. Él entonces tenía 18 años y el tema de trabajo esta muy mal. Le invitaron y le ayudaron a salir adelante. Con el paso del tiempo, teníamos pocas noticias de él, y mi padre decidió venir a ver cómo estaba, con la idea de regresar, pero también se quedó. Se encontró con su familia y sus costumbres, él se crió con la tradición menorquina.

Se puede decir que a los Marqués os tiran las raíces, cuando venís no queréis regresar.
— Cuando vine y vi cómo estaban establecidos, descubrí que tenía más aquí que allí.

¿Se siente más menorquín que argentino o a partes iguales?
— A veces pienso que sería muy fuerte decir que me siento menorquín, pero en realidad diría que soy un menorquín con matices argentinos.

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¿Qué representa Argentina en su vida?
— Lo que ocurre es que guardo algunos recuerdos feos del país, por la época que vivimos, por la economía, por todo lo que hubo. En un momento dado empecé a descubrir lo que era la vida, se estaban terminando los procesos militares, luego empezó una democracia ficticia, también estuvo lo de la guerra de las Malvinas, que tocó a gente de mi familia y de la que yo me salvé por algunos años. Tengo todos esos recuerdos que no son agradables. Lógicamente era mi casa, y fue una sensación muy extraña el día que regresé a Argentina y vi que ya no lo seguía siendo. Por ejemplo, mi mujer nunca ha regresado a Argentina.

¿Y sus hijos?
— Tampoco. El más pequeño, Matías, me pregunta: «¿Papá, por qué dicen que yo soy argentino si no lo soy». Pero es que él llegó aquí con seis meses y Lucas tenía 2 años. Mi hijo el mayor, Germán, ya vino con 14 años. Ellos se sienten menorquines, y de hecho solo hablan castellano con nosotros.

¿Cómo fue el proceso de adaptación a comenzar una vida prácticamente desde cero?
— Muy difícil. Llegué con dos tejanos y dos camisas, pero el trabajo no fue un inconveniente, a pesar de que llegué sin papeles y estuve tres años así. No hubo problema porque el mercado laboral estaba en auge, se necesitaba mano de obra. Mi primer trabajo fue en un taller mecánico, a cuyo dueño le debo gran parte de mi adaptación, ya que me ayudó mucho para poder traer a mi familia. Los comienzos siempre son difíciles. Si bien yo sí entendía el idioma medianamente, mis hijos no. El que más problemas de adaptación tuvo, por su edad, fue el mayor que ya estaba en el instituto.

El tiempo pasa, y ahora tiene su propio negocio. Las cosas fueron bien.
— Sí, es curioso, porque trabajaba en un taller mecánico que tenía coches de alquiler. Siempre pensé en hacer algo relacionado con lo mío, que es la mecánica, y puse un negocio de alquiler de motos. Antes también trabajé en una náutica. Pero mi vida profesional siempre ha estado relacionada con la mecánica deportiva, y con el paso de los años sentí que necesitaba adrenalina; introduje a mi hijo en el mundo del karting, que me dio la satisfacción en 2009 de ser campeón balear.

Ahí se le abrió un nuevo mundo en la Isla.
— Fue en ese ambiente donde comencé a conocer mucha gente de ese mundo, como Kike Perelló, campeón de España de rally de montaña. Él tenía el proyecto de montar su primer coche de carreras, me ofreció trabajar con él y acepté. Desde entonces le he acompañado por toda España haciéndole la asistencia técnica.

Pero aquí también le pillaron los años de la crisis.
— Para mí lo que vivió España no fue crisis a lado de las crisis grandes que habíamos vivido en Argentina. Es verdad que en esa época costó más, pero poquito a poquito sabía que iba acomodando a la familia y progresando, y aún así la crisis me permitía seguir subiendo, le saqué el lado positivo.

¿Qué es lo que más le gusta de vivir en Menorca?
— La tranquilidad que me ofrece el hecho de que mi familia vive en un lugar seguro y que mis hijos se muevan con libertad. En Argentina nunca pudimos dejar la puerta abierta, y aquí tengo un balcón que nunca se cierra. Vivir aquí me genera tranquilidad, me quita estrés y me permite trabajar y dedicarme a mi familia.

¿Sus hijos tienen curiosidad por conocer Argentina?
— Sí, es un viaje pendiente, pero quiero que sean mayores de edad para hacerlo. Quiero mostrarles que hay del otro lado y que valoren lo que tienen aquí. Que sepan por qué elegí Menorca. No serviría de nada que ese viaje lo hubiéramos hecho con seis o siete años.

Entiendo que su futuro solo pasa por Menorca. ¿Qué representa este lugar?
— Mi vida está aquí, con mi familia, de la que forma parte un nieto menorquín Esa es mi gran razón para vivir en la Isla. Aquí descubrí la libertad y la vida, y me quiero morir tranquilo. Estos últimos 15 años han sido una etapa en la que constantemente he aprendido a vivir del estilo de vida menorquín.

Algo echará de menos de Argentina.
— La Navidad, allí es muy diferente, en verano. Pero Sant Joan lo compensa (risas).

¿Es muy santjoaner?
— Yo no tanto, pero mis hijos sí. El más pequeño hace doma menorquina y dice que él será el primer argentino en salir por Sant Joan (risas).