Rosa María Díaz - M.P.

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Autoficha
Me llamo Rosa María, nací en Valencia un 19 de octubre de 1950 y soy vigilante de seguridad, lo que antiguamente conocíamos como vigilante jurado. Estoy soltera, tengo una hija y dos nietos, uno de 18 y otro de 16 años. Me gusta el baile, la música y viajar pero los turnos de mi trabajo no me han permitido tener una vida familiar muy normal y he tenido muy poco tiempo para dedicarlo a mis aficiones. Fui una de las tres primeras vigilantes jurado que hubo en España.


¿Cómo fue que una mujer decide entrar a formar parte del cuerpo de vigilantes de seguridad?

A mí siempre me había gustado el uniforme. De hecho, mi sueño era ser militar pero no pude porque en aquella época no había mujeres en el cuerpo. En 1979 salió una promoción en Valencia que buscaban mujeres que quisieran pasar las pruebas para ser vigilante jurado como experiencia piloto. Nos presentamos una veintena de mujeres pero solo fuimos tres las que nos pusimos a trabajar. Nos conocían como los tres Ángeles de Charlie porque íbamos armadas. Salimos en varios reportajes de prensa. Yo era madre soltera y además mujer uniformada. La gente me miraba de forma extraña. Tengo conocimiento de que de las tres, soy la única que aun está en activo.

¿Y cómo fueron los comienzos?

Empecé a trabajar por la noche porque inicialmente los vigilantes jurado no trabajaban de día y el compañero era un hombre. Es por ello que algunas mujeres se echaron para atrás. Después de un tiempo empecé a trabajar sola en empresas como Danone, Coca Cola y en cajas de ahorro. La verdad es que en aquel momento era una vida dura porque muchos hombres no querían trabajar contigo, no te aceptaban aunque al final todo se supera. Ahora después de muchos años, la sociedad ya te admite pero de puertas adentro, el cuerpo sigue siendo un cuerpo de machos.

¿Y por qué vino a Menorca?

Porque salió una plaza y me apetecía irme de Valencia. Vine en 1983 aunque me fui y volví en varias ocasiones. Mi propósito siempre fue quedarme y en 1992 o 1993, aproximadamente, ya me establecí definitivamente. En la Isla hice furgones de empresas de seguridad y cuando veían que era una mujer, con un arma, no se lo creían, no daban crédito. Lo primero que hice fue trabajar en la empresa Butano, en Ciutadella, y luego ya pasé al Aeropuerto. Creo que llevo una veintena de años allí. Fui también la primera mujer en trabajar en el aeródromo. Intercalaba furgones con empresas como Prosegur y Trablisa. Además, cuando empecé a trabajar en Menorca ni tan siquiera había vigilantes jurado masculinos aquí, venían cada día de Palma. Fue en aquella época cuando comenzó todo.

¿Y cómo definiría la convivencia con un arma?

Lo considero como un complemento del uniforme. Está claro que si me impresionara ya no hubiera elegido ser vigilante de seguridad. Tengo mi licencia de arma y cada seis meses me presento a las pruebas de tiro. De hecho, solo la he utilizado alguna vez intimidatoriamente.

¿Qué ha sido lo más complicado de su trabajo?

La adaptación. Conseguir que las empresas entendieran que éramos iguales que cualquier hombre. Pero la verdad es que he sido muy feliz con mi trabajo y me satisface poderme jubilar haciendo lo que realmente me gusta. Es cierto que aun ahora hay gente que no tiene en cuenta nuestro trabajo porque la autoridad es la Guardia Civil.