La celebración del 30 aniversario de la Declaración de Menorca como Reserva de la Biosfera por la UNESCO y su reconocimiento universal por la cultura talayótica coincidió el año pasado con un nuevo récord de presión humana sobre la Isla, que alcanzó su punta máxima de 238.982 personas, una cifra escandalosamente elevada y jamás vista hasta entonces. Son datos del índice presión humana facilitados por el Instituto Balear de Estadística (IBESTAT), que mostraban como por primera vez durante el mes de agosto, no había habido ningún solo día en que el número de personas hubiera descendido de las 200.000, dejando una media diaria que se elevaba hasta las 227.348 personas.
Un crecimiento cada vez más rápido de las puntas de julio y agosto, según los expertos, que no paran de romper la estadística en medio de una situación de agravamiento de los problemas de agua dulce, de depuración de aguas residuales, de congestión de las playas, de saturación de carreteras o falta alarmante de acceso a la vivienda.

Un cóctel explosivo que ha seguido encendiendo el debate en la Isla sobre la necesidad de tomar medidas y poner límites como hacen otros territorios. No se está en contra del turismo que hoy representa la principal actividad económica de Menorca junto a la construcción, pero un crecimiento que no se traduzca en bienestar, genera rechazo.

El hecho de que con el paso de los años, la renta per cápita de Balears haya perdido posiciones respecto al resto de comunidades autónomas españolas cuando en cambio, se reciben tres veces más turistas que lo hacía en su momento, también da una sensación de que este modelo turístico de crecimiento continuo, no solo no reparte riqueza suficiente para todo el mundo sino que puede cargarse el paisaje idílico que sirve como atractivo.

En una economía tan estacional como la menorquina, el sector empresarial turístico opina que los retos de la masificación provienen esencialmente de una falta de infraestructuras adecuadas en la que también hace falta aplicar soluciones temporales flexibles que evitarían tener que poner límites indeseables. En este sentido, creen se está haciendo una mala gestión del territorio y además, no se combaten adecuadamente otros problemas como, por ejemplo, el alquiler turístico ilegal. Sin embargo, el grupo ecologista GOB es categórico y va más allá en su análisis, afirmando que estamos en un momento decisivo de cruce de caminos en el que, o bien Menorca recupera el modelo de sostenibilidad y preservación que ha sabido defender a lo largo de estas décadas, o bien se deja llevar por las corrientes que empujan al mercado hacia una balearización basada en crecimientos infinitos y masificación sin límites, como sucede con Mallorca o Ibiza.

Otras voces autorizadas como el arquitecto Enric Taltavull, también consideran que la cresta demográfica del verano, es cada vez más preocupante y que cuando se habla de desestacionalización, hay que tomar decisiones y planificar, cosa que tampoco se hace. El delegado del Colegio de Arquitectos en Menorca (COAIB) considera que encarando la rehabilitación del patrimonio, mejorando los servicios e incentivando la calificación de los trabajadores que necesita la construcción o la industria y que dan empleo durante todo el año, podría ayudar a hacer de Menorca una isla menos estacional que intentase reducir el salto entre invierno y verano. En paralelo, tampoco se han adoptado políticas de ordenación eficientes para facilitar los servicios necesarios en proporción al crecimiento demográfico, ni tampoco se ha determinado la capacidad de carga sostenible por Menorca, aflorando cada vez más las carencias en vivienda, movilidad y sanidad, entre otras. Parece como si el camarote de los hermanos Marx, cada día estuviera más lleno en agosto y ya no a todo al mundo le hace la misma gracia.l