Lastrado por su primera parte, con dos goles en contra, y despertado en la segunda por una carrera de Marcos Llorente, un gol de Álvaro Morata y un rendimiento mucho más reconocible, detenido por la expulsión de Rodrigo de Paul, el Atlético de Madrid extrajo un solo punto en su visita a Celtic Park, entre dos versiones antagónicas, inexplicables en un mismo equipo, entre el jeroglífico que supone últimamente la Liga de Campeones para el bloque rojiblanco.
De camiseta roja, pantalón azul y medias rojas (a ojos del club español, un tributo a aquel equipo que igualó a cero, con tres expulsados, en el mismo escenario de este miércoles, en la 'Batalla de Glasgow' de 1974; una afrenta para el Celtic y sus hinchas), los goles ponen en evidencia a la defensa del Atlético. Y a toda la estructura.
Pero la derrota al intermedio iba más allá. A su ataque, a su medio campo, a su transición, a su ambición, a su fútbol. No existió en 45 minutos. Nada que ver con el segundo tiempo, cuando cambió la historia del partido. Demasiado tarde para ganar. Suficiente para el 2-2. Terminó con un hombre menos, por la segunda amarilla a de Paul en el minuto 83, justo cuando más intuía la victoria, cuando Griezmann era el dueño de todo lo que pasaba.
Tan advertido estaba de todo, visionados los dos partidos de la Liga de Campeones del Celtic, con sendas derrotas, que es inasumible la forma en la que recibió el 1-0 y el 2-1. En la foto final del primero, también del segundo, aparece Javi Galán. Su exigente primera aparición en el once de Simeone, al duodécimo encuentro, duró 45 minutos. Lo pasó fatal en su flanco en el primer tiempo. Ni mucho menos fue todo responsabilidad suya.
El segundo gol, en el origen de todo, apunta a Nahuel Molina, muy lento para correr hacia atrás, sin enterarse de cómo Daizen Maeda le tomaba la espalda. Ambos, concentrados en el primer tiempo, surgieron de sendas irrupciones rivales por cada uno de los carriles, pero expresan una vulnerabilidad inusual en toda la retaguardia. Superada en cada aspecto.
En el 1-0, en una acción tan simple, tan precisa, tan desbordante, una pared entre O'Riley, desde el borde del área, y Dyogo Furushashi (tan solo era su séptimo tanto en 96 duelos con el conjunto escocés), indetectable en su irrupción por la izquierda, golpeó al Atlético, que no se enteró de nada de todo lo que sucedió. Le faltó tensión, agresividad, atención...
Una mirada al cronómetro, con tan solo tres minutos y medio disputados de partido, delató aún más todos esos factores, influyentes tanto o más que los actores rivales. Inquietante para el Atlético, reafirmante para el Celtic. El actual bloque escocés está a años luz del nivel de su historia pasada, campeón de Europa en 1967, pero es intenso, atrevido, ambicioso, se empeña en la presión, tiene ímpetu a la contra y, de repente, también es efectivo.
La siguiente ocasión local también fue gol. Nivelado el duelo en el minuto 25, con el 1-1 de Antoine Griezmann con la derecha en el rechace de un penalti que él mismo había lanzado y fallado con la izquierda (la tocó Hart y golpeó en el poste), recayó de nuevo instantes después, en concreto en tres minutos y 17 segundos. Del 24:30 del gol del francés al 27:47 del derechazo dentro del área de Luis Palma. No llegó Galán. Su golpeo fue incontestable.
El gol del extremo hondureño, cambiado de banda puntualmente para esa acción, fue una advertencia nítida. En la Liga de Campeones, nadie gana porque sí. El Celtic era mejor entonces, mucho mejor, en cualidades tan básicas en el fútbol actual como la intensidad, la colocación, la voracidad, la presión... Jan Oblak aún paró un remate de O'Riley. Y el árbitro anuló un gol por fuera de juego a Axel Witsel, cuyo cabezazo era en posición ilegal.
Simeone corrigió el descanso. Se fue Galán, sobrepasado y amonestado, y entró Riquelme. Se marchó Saúl, desaparecido, e irrumpió Llorente. Entre las dudas de su inicio de temporada, Marcos es vertiginoso. Fuerza pura. Su conducción abrió un horizonte que no había divisado el Atlético hasta entonces, cuando se plantó cerca del área y entregó un gran centro. Morata lo cabeceó de forma incontestable. Un fantástico remate. Minuto 50.
Necesitaba aún más el Atlético, que probó dos veces más a Hart en los instantes posteriores al 2-2, por medio de Morata (cambiado después con 2-2 por Correa, en el minuto 72), con un córner directo de Griezmann, con un tiro de Llorente y con otra vertiente muy distinta al primer tiempo. Griezmann, en modo jugador total. De Paul, al mando, hasta que hizo una entrada de final imprudente, cuando levantó el pie, y recibió la segunda amarilla ya en el 82.
Ya jugó definitivamente en campo contrario, llegó por todos los lados, fue mejor que su oponente, al que limitó a algún contragolpe esporádico. Lo encerró, lo atacó -Correa se acercó el 2-3 con una buena maniobra dentro del área-, se quedó con uno menos por la expulsión de De Paul y empató. No mereció ni siquiera eso en la primera parte, sí jugó para ganar en la segunda. Un punto. Pierde el liderato, desaprovecha la ocasión de distanciar al Lazio, mantiene vivo al Celtic... Pero aún depende de sí mismo. Faltan tres jornadas.
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