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El paleoantropólogo José María Bermúdez de Castro (Madrid, 1952) formó parte hasta el pasado año del equipo que inició las excavaciones de los yacimientos de Atapuerca, referentes en todo el mundo. El martes hablará en el Hotel Valparaíso de Palma sobre la evolución humana y los retos de la especie invitado por el Cercle d’Economia de Mallorca. Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica, desde 2022 ocupa la silla K de la Real Academia Española (RAE).

¿Qué historia cuentan los yacimientos de Atapuerca?
—Proporcionan una información extraordinaria sobre nuestra evolución desde hace casi 1,5 millones de años hasta épocas recientes, como el dominio romano. Hay lagunas, evidentemente, pero puedes ir leyendo el pasado página por página. No tenemos nada tan completo comparable en toda Europa.

¿Qué ha aprendido de nosotros estudiando nuestros orígenes?
—Muchas hipótesis se han ido contrastando y dejando de lado. ¿Por qué apareció la postura erguida? Está rechazado que fuera para levantarnos y ver sobre la maleza. Éramos muy pequeños. Ya sabemos que esa postura surgió cuando la especie vivía en una África que prácticamente estaba cubierta por bosques. La ciencia lo que hace es proponer hipótesis y los datos van ayudando a reforzarlas o descartarlas, como en este caso. En los años cincuenta un entomólogo redujo a unas pocas el número de especies de nuestra genealogía, pero en los setenta aparecieron nuevos descubrimientos y se vio que realmente había muchísima diversidad. La evolución humana es un arbusto complejo del que solo queda una rama, que es la nuestra.

El origen no está en África porque no hubo neandertales y en Europa, en esa época, tampoco había Homo sapiens. Lo sitúo en el Próximo Oriente

¿Hubiera sido posible un planeta con dos especies humanas?
—Somos muy territoriales y tribales; lo vería complicado (ríe). Nuestra conducta heredada nos hubiera llevado a pelearnos e imponernos sobre la otra especie. Es algo que está en el registro fósil. En Atapuerca tienes el caso de canibalismo más antiguo conocido y que data de hace 850.000 años de antigüedad. Son restos humanos fragmentados, con marcas de descarnados, y muchos son infantiles. Fue una carnicería. En esa época, esa sierra era un verdadero paraíso. Y aun así, pasó todo esto. No se hacía por hambre, así que la única interpretación que se nos ocurre es que fuera por territorialidad. Aun así, los neandertales y nuestra especie ya nos encontramos, y éramos muy parecidos porque pudimos hibridar. Convivieron sin grandes problemas.

Sostiene que no hubo un origen único de la humanidad y defiende la hipótesis asiática. ¿La comunidad científica la acabará asumiendo?
—El origen del Homo sapiens está en África, con unos hallazgos más antiguos que tienen 300.000 años de antigüedad. Eran seres humanos casi idénticos a nosotros, quizás algo más robustos porque con el neolítico perdimos fuerza por el cambio de dieta y la vida más sedentaria. Pero, ¿de dónde surge esa población? ¿De África? Si tenemos un ancestro común con los neandertales, que vivían en Europa, ¿dónde está? El origen no está en África porque no hubo neandertales y en Europa, en esa época, tampoco había Homo sapiens. Por eso lo sitúo en el Próximo Oriente, el cordón umbilical que une Eurasia con África. Es una zona muy especial porque no padeció el impacto de las glaciaciones. Era un punto caliente de la biodiversidad. Y ahí creo que surge nuestro ancestro común, que dio, por una parte, a los neandertales, que se quedaron en Europa, y, por otro lado, a los sapiens, que estuvieron en África hasta empezar su expansión. Mi hipótesis queda ahí y ya se verá si los datos la refuerzan o la refutan.

«El Big Bang del Homo sapiens ha finalizado», le dijo a una periodista como metáfora de la dispersión de nuestra especie.
—Nos hemos expandido hasta donde hemos podido y, de momento, ese proceso ya ha terminado a niveles planetarios. Ese Big Bang lo ha colonizado todo y solo quedan los fondos marinos, pero no tiene tanto interés para el ser humano. Ya se piensa en salir de este mundo y se trabaja en esa línea. Es algo que podría ocurrir en el futuro, pero no lo veremos (ríe). Ahora empieza el Big Crunch, el retroceso. Nos enfrentamos a una situación complicada, como siempre ha estado nuestra especie, pero ahora es mayor porque estamos globalizados y hay una serie de problemas como el cambio climático y las armas atómicas que nos hacen vivir al filo de la navaja. Se nos puede ir la mano fácilmente, tocando un botón desaparecemos en nada. Es preocupante.

Los chimpancés practican la política

Los autores de El amanecer de todo: Una nueva historia de la humanidad se preguntaban cómo nuestra especie se ha quedado «atascada» en solo un único tipo sistema político, cuando está demostrado que siempre se había vivido en múltiples a la vez. Si no recuperamos esa creatividad diversa, ¿qué nos espera?
—La política tiene sus orígenes en el inicio de la humanidad. Los chimpancés practican la política. Siempre tienen un macho alfa, el jefe, que dictamina qué hacer. Conseguir esa posición no es sencillo y tienen que camelarse a las hembras y a otros machos, con cierta violencia, pero hay mucha política en ello. Incluso hacen ofrendas a las madres o besuquean a las crías. Desde el neolítico, cuando empieza la expansión demográfica, surgen pueblos con miles de personas. Antes de eso quizás había solo unas pocas miles en toda la península Ibérica, y ahora como millones. Eso, con el tiempo, ha ido generando muchos sistemas, como dictaduras o democracias, en tiempos más recientes. La política que viene de hace 7 millones de años.

¿Qué dice de nuestra especie que haya tantos terraplanistas? ¿Vamos hacia atrás?
—No pinta bien (ríe). Mi compañero Eduald Carbonell dice que somos una especie imbécil. Yo no lo diría así, es muy bruto. Somos una especie de primates más con cierto grado de inteligencia, pero tampoco es para tirar cohetes. No sabría responderte porque no soy sociólogo. Es algo que me supera, no lo entiendo. Las ventas de los libros de divulgación científica que hemos publicado sobre Atapuerca te aseguro que son ridículas en comparación con estas cuestiones por las que preguntas. Es verdad que antes del proyecto de Atapuerca nadie sabía nada del tema. A finales de los noventa quizás un 0,5 por ciento de la población conocía este tema y ahora llegaremos al 60 por ciento. Pero una cosa es conocer y otra es profundizar, y eso realmente lo hace poca gente. En cualquier caso, hay cierto interés. Suelo hacer charlas muy asequibles para que todo el mundo las entienda, pero diría que mucha gente no sabe nada de la evolución humana. Es un terreno abonado para creer en cualquier cosa.