Una convulsión tras otra. ¿Corremos el riesgo de gripalizar las crisis económicas?
—En cierta manera. La economía no está nunca en equilibrio sino que siempre oscila, pero es cierto que vivimos una época convulsa, de transiciones y de elevada incertidumbre, en la que nuestra economía intenta transitar.
¿Cuánto va a condicionar la guerra las previsiones de crecimiento si se enquista indefinidamente?
—Estamos ante una guerra de desgaste y de larga duración. Estamos aceptando que será una situación de tensión geopolítica que nos acompañará mucho tiempo y que tendrá óbviamente su impacto, aunque en el caso de Balears algo menos directo. Las expectativas de crecimiento ya se están viendo comprometidas: el FMI ha rebajado las previsiones un punto a nivel de España y creo que coincidirá con la bajada en Balears. Eso se hará más evidente a partir de octubre.
¿Qué solución ve al debate abierto sobre la subida salarial?
—¿Lo razonable sería trasladar la inflación a los salarios? Sí porque el efecto inmediato sería compensar la pérdida de poder adquisitivo. Sin embargo, eso también obligaría a reforzar el incremento de los tipos de interés, a subir hipotecas, a restar liquidez en el mercado... Lo que ganáramos por un lado lo perderíamos por el otro. Hay que ir calibrando bien la situación y tener paciencia porque si al final se trata de una inflación transitoria y coyuntural que se amortigüe a finales de año el crecimiento de la economía será más potente sin este tipo de medidas.
¿Ha explotado la burbuja de las criptomonedas?
—La economía real y la financiera no siempre van sincronizadas y muchas veces se percibe una crisis económica en el tejido real que no encuentra eco en las bolsas o a la inversa. Lo que ha pasado con las criptomonedas es un indicio claro de las tensiones financieras: la guerra es un caldo de cultivo para una crisis económica y una de las vías de contagio es la financiera.