Hemos entrado en este otoño con la sensación de que en el sector turístico las cosas van algo mejor. Aún lejos de los números y cifras de 2019, hemos iniciado una suave remontada. Plagada de incógnitas, por supuesto, pero sintiendo que algo se afloja el nudo que hemos tenido alrededor del cuello este año y medio.
La travesía del desierto que empezamos en marzo de 2020 aún no ha terminado, pero ya se atisba el primer oasis. Palpándome la ropa con la alegría y esperanza del que se sabe superviviente, junto a estos sentimientos se une uno otro que solo puedo resumir como «ahora, o nunca».
Es ahora cuando, a pesar del paso convulso con el que seguimos avanzando, deben ponerse sobre la mesa todos los resultados de estos meses de reflexión e intenso trabajo. Porque somos conscientes de que, en esta nueva era, las cosas habrá que hacerlas de otro modo. Y esta conciencia no es exclusiva del sector privado, sino compartida con el público. Y para lograrlo, los fondos Next Generation jugarán un papel crucial.
Es ahora cuando tenemos la oportunidad de rediseñar y transformar el sector turístico de nuestro país, dar el añorado salto cualitativo. Menos puede ser más. Mucho más. Estamos ante la oportunidad de definir una estrategia que reposicione el sector y haga que éste apueste por segmentos de mayor calidad, que diversifique nuestra oferta, que haga que el tradicional sol y playa dé un salto cualitativo incorporando las demandas de una sociedad que valora el respeto al medioambiente, que huye de la masificación y aprecia una gestión consciente de la energía que consume, del agua que gasta, de los residuos que produce…
Es el momento de transformar, ahora sí de verdad, aquellos destinos que ya antes de la pandemia corrían el riesgo de entrar en la UCI del deterioro definitivo. Sector privado y administración pública pueden, deben, trabajar de la mano, con las palancas que Bruselas pone a disposición, para mitigar los impactos ambientales y reducir los desequilibrios sociales en los destinos donde más se evidencian.
Es evidente que el conjunto de actuaciones de renovación no solo impacta sobre la oferta hotelera. El salto adelante de todos debe ser transversal y estar sincronizado. De poco sirve que los hoteles (por poner un ejemplo) se pongan de punta en blanco si en ese mismo destino comercio, bares, restauración, cultura, ocio y un largo etcétera siguen anclados en el patrón del «siempre lo hemos hecho así» o «el aquí nunca ha funcionado otra cosa». O si las inversiones públicas siguen atendiendo más al interés electoralista a corto y no afrontan los cambios estructurales necesarios.
Descartado el PERTE turístico (que hubiera dibujado el modelo turístico nacional), serán las administraciones autonómicas y municipales las que deberán batirse el cobre por la renovación y transformación. Y ahí Balears tiene una posición privilegiada para establecer objetivos y proyectos de transformación ambiciosos que incidan sobre toda la cadena de valor turística y, por derivación, sobre toda la ciudadanía, evitando la descoordinación o la ineficiencia en el empleo de los fondos y apoyándose en la transversalidad de un sector que sigue siendo crucial y que, por su estructura, se ajusta como un guante a los criterios de la propia UE en el reparto de sus fondos. Se imponen, por tanto, las políticas y decisiones de destino.
Las reglas de juego deben aún afinarse, pero el tablero está dispuesto. Los fondos se asegurarán y emplearán con eficiencia solo si con nuestra inteligencia colectiva elegimos las casillas en las que hay que realizar las apuestas más seguras. Alrededor de la mesa hay el conocimiento para hacerlo y la conciencia de que hay que transformar y cambiar para ganar. Los mirones, por favor, que se aparten. Todo parece estar bien dispuesto para empezar la partida. ¡Hagan juego, señores!
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