«Despertarme, abrir los ojos y ver que estaba viva era para mí lo peor. Mi vida estaba vacía», cuenta Alicia, una mujer de 58 años, alcohólica, que está en recuperación desde hace un año y que ha logrado abandonar el hábito de la bebida gracias a la asociación Alcohólicos Anónimos. Su historia es una de las que se cuentan las reuniones de Alcohólicos Anónimos (AA), normalmente cerradas sólo para los que asisten a terapia, que se celebró hace unos días en la Casa del Mar de Barcelona.
Alicia -nombre ficticio- definió su vida como una superposición de fases: «Fui buena hija, luego me convertí en buena hermana y en buena amiga. Pasé a ser buena estudiante y, más tarde, buena esposa y buena madre. Vivía como los demás esperaban, y esa autoexigencia me provocaba frustración porque sentía que no cumplía con las expectativas». Vivió su juventud durante las décadas de los años 70 y 80, época en la que era común tener conocidos que habían muerto por la heroína: «eso me daba miedo, pero al alcohol me enganché porque era legal y no lo consideraba una droga. Es tan legal que bebemos para todo, para socializar, para reír, para ahogar penas», dice.
Al principio, Alicia utilizaba el alcohol para librarse de la timidez, «pero pasas a usarlo para quitarte el estrés. Para olvidar. Hasta que llegas a tomar unas cantidades que te llevan a aislarte, a beberte una botella sola en casa». Todo su alrededor era consciente de lo que pasaba, pero ella no reconocía su problema: «y me quedé sola. ¿Quién iba a querer estar conmigo?», se pregunta ahora. Alicia tenía «dolor de alma, un dolor con el que, a diferencia del físico –lamenta–, muy poca gente empatiza». Un día se vio en una pensión, «sola, con un café y cinco euros en el bolsillo, y me replanteé las cosas. Conseguí estar 3 meses sin beber, pero mi vida seguía estando igual de vacía que cuando bebía», recuerda. Hasta que reconoció que necesitaba ayuda y llamó a Alcohólicos Anónimos.
Alicia confiesa que esa primera llamada ya le dio esperanza, y acudió a su primera reunión: «tenía miedo de ir y encontrarme con gente triste, pero lo que había eran sonrisas y cafés y sentí que me estaban esperando allí toda la vida». Rememora que de las primeras reuniones salía «aliviada» porque «aquellas personas, en las que me veía reflejada, con otra voz, con otro acento, pero con la misma vida, me quitaban el peso; veía en ellos ese dolor inexpresable del alma». Este año en recuperación reconoce que le ha servido para poder vivir serena y encontrar un hogar. El modelo de Alcohólicos Anónimos está sustentado en tres pilares: la recuperación, la unidad y el servicio. «Nos recuperamos y no nos curamos porque el alcoholismo es incurable. Y esa recuperación es imposible conseguirla individualmente, por lo que dependemos de la unidad entre nosotros y de ofrecer lo que recibimos», asegura Jorge, un hombre mayor, alcohólico también en recuperación, que participaba en la misma reunión. Quienes acuden a AA siguen un protocolo de 12 pasos que empieza por «admitir la dependencia del alcohol y que necesitamos ayuda, e identificar las causas que nos han llevado a beber», explica Jorge.
También se ha recuperado gracias a este proceso Carlos, de 35 años y que lleva 13 en «la comunidad», donde afirma que se lo han dado «todo, desde amigos, pareja y un hijo, hasta responsabilidades y confianza en el trabajo». «Yo empecé como cualquier otro joven. No bebía a diario, tenía un consumo cíclico, es decir, podía estar semanas e incluso meses sin beber, pero cuando salía, lo rompía todo con alcohol y otras sustancias, sobre todo los días de Navidad y San Juan», confiesa. «La lié por última vez -admite- el 2 de enero del 2009. Mi noche acabó a las 12 del mediodía y llamé a mi madre: he perdido mucho dinero y no entiendo cómo me descontrolo tanto».
Después de esa llamada, le recomendaron ir a ver a un familiar que llevaba muchos años en AA «y después de hablar con él, decidí ir a las reuniones para resolver una pregunta personal, ¿seré o no alcohólico?». «Llegué a un encuentro y lo primero que me pregunté fue cómo no había encontrado antes a estas personas. Llevo 13 años y, para incomprensión de muchos, no lo voy a dejar nunca, porque lo que te da sobriedad es pasar el mensaje a otros que llegan nuevos», detalla Carlos. Tanto él como Alicia reconocen que convivir con personas que sufren alcoholismo no es fácil. Julia, que acaba de entrar en la treintena, familiar y amiga de alcohólicos, recibe la ayuda que Alcohólicos Anónimos presta a quienes están preocupados por el problema con la bebida que tiene otra persona, el programa Al-Anon.
«Nací en un lugar afectado por el alcoholismo, he estado rodeada de historias difíciles desde que era muy pequeña y no sabía qué era lo que pasaba, pero sabía que algo pasaba, porque, aunque parezca que no, los niños se dan cuenta de las cosas», asegura. «Yo creía que estaba condenada a casarme con un hombre que bebiera y me pegara, porque veía a mis tíos hacerlo con mis tías, y luego lloraban y culpaban al alcohol. En Al-Anon he podido construir relaciones sanas y he descubierto que es posible vivir bien», manifiesta reconfortada. Julia quiere lo mismo para su sobrina, que «no tiene ni diez años, pero acudió hace pocos días a su primera reunión de Al-Anon; su madre murió asesinada en un entorno afectado por el alcoholismo y su padre también es alcohólico».
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