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Prácticamente 40 años con solo dos partidos alternándose en el poder sin ningún competidor que los hiciera sombra electoralmente, y en menos de cinco años, España ha abandonado el bipartidismo (imperfecto, pero bipartidismo, al fin y al cabo) para pasar a un cuatripartidismo competitivo y encaminarse, ahora, hacia un pentapartidismo.

Un sistema con cinco partidos inédito hasta estos momentos en nuestro país desde la restauración de la democracia: nunca antes, en las últimas cuatro décadas, España había contado con cinco fuerzas políticas que superaran el 10% de los votos sin que ninguna de ellas alcance el 25%.

En estos momentos, según el Clima Social de Metroscopia, el PSOE sería la fuerza más votada con el 23.7% de los votos; VOX, con el 12.1%, ocuparía la quinta posición. Una diferencia de 11.6 puntos. En las elecciones de 2016 la diferencia entre el primero (el PP) y el quinto (ERC) fue de 30.4 puntos.

Es cierto que todavía se trata de un pentapartidismo demoscópico. Hasta que no se celebren las próximas elecciones generales no se podrá saber —y en qué medida— si se produce o no. No obstante, todo hace pensar que este esquema de cinco partidos, más o menos competitivo, será el que surja de las urnas tras los próximos comicios generales.

Por lo pronto, Vox ya ha entrado en el Parlamento andaluz. La decisión de presentarse a estos comicios en un territorio con ocho circunscripciones y una fuerte competencia electoral —cuatro partidos por encima del 20% de los votos según los sondeos previos— parecía una apuesta demasiado arriesgada para un partido sin apenas estructura y sin cuadros políticos. Las elecciones al Parlamento Europeo, en las que la circunscripción es única, parecían, en principio, un escenario mucho más propicio. Y, sin embargo, el partido de Abascal logró en Andalucía 12 diputados (con representación en todas las provincias).

Es probable que la eclosión de Vox en las elecciones andaluzas se haya producido porque son las primeras que se han celebrado tras la llegada de Pedro Sánchez al Gobierno de España (y, por tanto, después de la salida de Rajoy de la dirección del PP que obligó a los populares a una importante recomposición interna). Si los comicios se hubieran celebrado en otra Comunidad, la irrupción de Vox hubiera sido probablemente similar (aunque, sin duda, la peculiar idiosincrasia política de Andalucía —única Comunidad en la que siempre ha gobernado el mismo partido— ha podido suponer un aporte de votos adicional para Vox en estas elecciones).

De hecho, el auge de Vox en el conjunto de España—siempre a la sombra de la situación política en Cataluña— ya había sido detectado en el Clima Social que Metroscopia realiza para Henneo y que fue publicado en octubre, justo antes de las elecciones andaluzas. Ahora, transcurridas estas —y una vez alcanzado el acuerdo entre los tres partidos de la derecha para propiciar el cambio en el Gobierno andaluz— la formación liderada por Abascal sigue creciendo en el conjunto de España hasta situarse ya por encima del 12% de los votos.

La reciente experiencia española muestra que las nuevas formaciones políticas que irrumpen en la escena política logran vivir una luna de miel con una parte sustancial del electorado que les impulsa en los sondeos durante varios meses consecutivos. Le pasó a Podemos tras las elecciones al Parlamento de 2014 —llegó a situarse durante algunos meses como primera fuerza política en intención de voto— y le pasó a Ciudadanos cuando decidió dar el salto a la política nacional. Si esto mismo sucede con Vox, las elecciones locales, autonómicas y europeas que se celebran dentro de apenas cuatro meses le van a pillar en la cresta de la ola. De ser así, lo más probable es que esta nueva formación política consiga no solo entrar en numerosos parlamentos autonómicos y ayuntamientos, sino que es probable, incluso, que logre llegar a formar parte del Gobierno en alguno de ellos. Un escenario claramente favorable para encarar unas elecciones generales y para modificar, de nuevo, el sistema de partidos español.

El cambio del bipartidismo al pentapartidismo puede llegar a producirse sin que haya cambiado el sistema electoral. Si bien este hecho habla, probablemente, muy bien de la fortaleza de las estructuras del sistema, obliga, al mismo tiempo, a un replanteamiento futuro del mismo. Sobre todo, teniendo en cuenta que, en estos momentos, 20 de las 52 circunscripciones electorales españolas tienen asignados cuatro escaños o menos
y en conjunto reparten 64 escaños (lo que supone el 18% del total del Congreso de los Diputados). En esas circunscripciones, alguno de los cinco

(*) Juan Pablo Ferrándiz es doctor en Sociología e investigador principal
de Metroscopia.