Breivik no ha expresado ningún tipo de arrepentimiento ante el tribunal de alta seguridad. El Estado noruego ha apelado la sentencia que considera que se han violado sus derechos fundamentales al mantenerle bajo estricto aislamiento.
«Durante los últimos cinco años he estado completamente aislado. He estado sentado en una celda 23 horas al día durante seis años», ha asegurado Breivik. «En la cárcel me he vuelto más radical», ha añadido.
Breivik, que hizo el saludo nazi a su entrada en la sala al inicio de la audiencia este martes, ha asegurado que el contacto con otros presos le beneficiaría.
A pesar del desafiante gesto y las cartas cada vez más radicales que escribía desde su celda, Breivik ha asegurado en el tribunal que sus compromisos tienen fines pacíficos. «Ya no soy un miliciano, no desde 2012», ha asegurado.
El fiscal general Frederk Sejersted ha informado de que el tribunal debe decidir si Breivik realmente se arrepiente de su extremismo neonazi o si simplemente está fingiendo para persuadir al tribunal y conseguir mayor libertad en la cárcel.
Este miércoles, Sejersted aseguró que Breivik se había radicalizado en prisión y que debía alejarse de los demás presos porque podría ser peligroso y difundir su ideología. Los únicos contactos de Breivik son con sus abogados y profesionales como los guardas o el personal médico.
El abogado de Breivik, Oeystein Storrvik, ha asegurado que el aislamiento de su cliente viola la prohibición del «trato inhumano y degradante» en el marco del Convenio Europeo de Derechos Humanos.
El 22 de julio de 2011, Breivik mató a ocho personas con un coche bomba frente a la oficina del primer ministro en Oslo, y luego mató a tiros a 69 más en la isla de Utoya próxima a la capital, muchos de ellos adolescentes que asistían a un campamento juvenil del Partido Laborista, entonces en el Gobierno.
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