El 29 de abril de 2011, el príncipe Guillermo de Inglaterra -segundo en la línea de sucesión al trono británico- y Catalina se casaron en la abadía de Westminster y forjaron, con un beso en el balcón del Palacio de Buckingham, una unión de 10 años que cuenta con gran apoyo entre los ingleses.
Con permiso de la monarca, Isabel II, que recientemente despidió al que fue su consorte durante siete décadas, el príncipe Felipe, fallecido con 99 años, los duques de Cambridge han eclipsado al resto de las parejas reales y encabezan las encuestas de popularidad, solo por detrás de la soberana.
Sobre el príncipe Carlos, heredero natural al trono, y la duquesa de Cornualles, Camila, planea la alargada sombra de Lady Di, que tras su muerte en 1997 dejó un vacío en la sociedad británica que no han sido capaces de llenar en más de dos décadas.
Por su parte, el príncipe Enrique y Meghan, duques de Sussex, renunciaron a todos sus títulos y se marcharon a vivir a Estados Unidos. Ese hecho abrió una herida entre los británicos, que todavía se agravó más tras la entrevista de la pareja con Oprah Winfrey, donde se hizo patente el distanciamiento entre Enrique y Guillermo, y tildaron a algún miembro no identificado de la familia real de «racista».
AMOR EN EL CAMPUS
La historia de amor de los duques de Cambridge comienza hace dos décadas, en otoño de 2001. El príncipe Guillermo acudió a la universidad escocesa de St. Andrews para estudiar Historia del Arte -aunque luego se cambió a Geografía-, y allí conoció a la joven Kate Middleton, compañera de clase y su actual esposa.
Existen versiones, como la del escritor Robert Lacey en su libro «Battle of Brothers: William, Harry and the Inside Story of a Family in Tumult» (2020), que aseguran que el encuentro no fue fortuito, sino que Middleton, al conocer los planes del príncipe, se tomó un año sabático viajando por el mundo para poder coincidir con él en el siguiente curso.
De una forma u otra, Guillermo y Catalina tejieron su historia de amor entre los pasillos, los pupitres y la residencia de estudiantes en la que vivían; lejos de los medios y de la incisiva opinión pública británica.
Así continuaron hasta noviembre de 2010, cuando hicieron público su compromiso de boda. En una entrevista con ITV, Guillermo admitió que le pidió matrimonio a Catalina meses antes, durante un viaje de la pareja a Kenia, pues le pareció el momento «más correcto», tras llevar consigo el anillo en su mochila durante tres semanas.
DE «WAITY KATIE» A FUTURA REINA CONSORTE
Fue la primera aparición en prensa de Catalina. Visiblemente nerviosa, pero feliz, la joven de Reading (oeste de Londres) salió airosa de su debut televisivo y comenzó a ganarse el cariño del pueblo británico, aunque los tabloides no fueron tan generosos.
La apodaron maliciosamente como «Waity (paciente) Katie», como la que aguardó ocho años hasta conseguir casarse con el codiciado príncipe Guillermo; o «Lazy (perezosa) Katie», por dejar su trabajo en la empresa familiar de artículos de fiesta para prepararse en su vida de futura consorte real.
La abadía de Westminster, en el centro de Londres, albergó el enlace real con más de 1.900 invitados y seguido por 2.000 millones de televidentes en todo el mundo. Para la ocasión, la ya duquesa de Cambridge escogió un vestido marfil de encaje y motivos florales a cargo de Sarah Burton, la directora creativa de la firma Alexander McQueen.
En esta década de matrimonio, la pareja ha reforzado su imagen de cercanía, protagonizando centenares de viajes nacionales e internacionales como la «cara visible» de la corona británica, así como su preocupación por los problemas sociales, tales como el cambio climático, la salud mental o la COVID-19.
Para marcar este décimo aniversario, los duques de Cambridge han publicado en redes sociales un par de fotografías recientes y un breve vídeo con escenas familiares del matrimonio junto a sus tres hijos, para transmitir la complicidad, nacida en un campus universitario, que también ha encandilado al país. Al mismo sobre el que un día, previsiblemente, reinarán.
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