Miguel Juan Urbano
Miguel Juan Urbano

Redactor jefe de Sucesos en el diario Menorca

Adiós a las armas

La maldad

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Entre el contenido de las 27 páginas de la sentencia que condena a un hombre residente en Maó a 7 años de cárcel por violar a una menor en una casa de okupas, y el libro, «El odio», de José Bretón, asesino confeso de sus dos hijos en Córdoba, esta semana ha resultado especialmente repugnante en el ámbito de los sucesos.

El caso de la adolescente violada en la calle Vassallo resulta desgarrador porque los testimonios y las conclusiones abundan en su desgraciada trayectoria vital, culminada con este capítulo que ha marcado su futuro y le ha llevado ya a tres intentos conocidos de suicidio.

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El tribunal ha declarado culpable al hombre de 47 años que ha orillado la justicia, con continuas detenciones, entradas y salidas de prisión, manteniendo relaciones impropias con menores de edad hasta este último desenlace. Ya hace cuatro años fue arrestado e ingresó en prisión provisional, acusado de corrupción de menores, entre ellos, varias tuteladas del Consell a las que, supuestamente, ofrecía drogas y dinero a cambio de prestar favores sexuales a otros hombres. El caso se archivó no porque se demostrara inequívocamente su inocencia sino porque las chicas lo negaron y no le acusaron. Que siguiera delinquiendo a su salida meses después ejemplifica el enésimo fallo del sistema también evidenciado en su última víctima.

En cuanto al libro de Bretón, escrito por Luisgé Martín, asesor del gobierno de Zapatero y relacionado con el de Pedro Sánchez, puede provocar náuseas literarias por más que la editorial Anagrama, que ayer suspendió su publicación por el momento, lo defienda con el propósito de «presentar la maldad del asesino sin justificar ni exculpar el crimen».

Seguro que el trabajo no emula al de Truman Capote en «A Sangre fría», pero el despiadado filicida va a lucrarse si llega a ponerse a la venta, alcanzará notoriedad y ahondará aún más en el daño irreparable a su exmujer, un cadáver en vida. La maldad no tiene límites, pero que se consienta recrearse en ella supera la peor de las crueldades.