Contigo mismo

A los abuelos que levantan con artrosis, a un nieto…

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Se llama Xec. Pobre, pero grandioso. Lo ves, cojeando, en tu bar. Le preguntas que cómo le va, a sabiendas de que no muy bien. Cada día ese local está más lejano y teme perderlo. ¡Cosas de la movilidad! Con frecuencia lo ves llorar, intentando disimular ese lloro. Puede que cada lágrima sea la llamada, esperada y no efectuada, de un hijo del que hace tanto (¡tanto!) no sabe nada... Xec no es rico… Entonces no habría llamadas, sino visitas. «¿Qué hay de lo mío?».

Xec pasa semanas sin saber de aquellos a quien tanto amó y ese amor, cuando uno es viejo, jamás suele ser mutuo... Y pasa sus días esperando un sonido que sabe que es una querencia que -¡maldito materialismo y estrés!- no se dará. Cuando oye la voz de su hijo -tras semanas de insoportables silencios- se dice: «¡Algo querrá!». Y Xec no se equivoca. Xec se convertirá, entonces, en una guardería. ¡Y aguantará! ¡Aunque izar a un nieto, con su artrosis, le convierta en un Hércules!

Xec es real... Te tomas un cafetito con él en tardes tan distintas al amanecer. Y vuestro bar tiene más de familia que la suya propia. Y los camareros/as más de hijos e hijas. Al final, los últimos no le preguntan lo que sí los primeros... «¿Cómo está?». Y cuando llega final de mes y Xec se rasca los bolsillos para ver si puede estar en su ‘hogar’ tomándose un café y aferrándose a Es Diari, tres camareras y un camarero se mudan en sus salvadores… «¡Xec, per favor, no passi pena!» ¡Y, de repente, hasta el más feroz de los ateos, cree en los ángeles!

Cuando se vuelva invisible, las paredes y los pasillos de su vivienda tendrán otro sentido para los que tenían con él un vínculo, pero únicamente genético. La llamada que no se hizo a un padre, probablemente, se hará a un notario...

- ¿Me puedes cuidar a los niños esta noche?

¿Será esa la última conversación?

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Pero Xec sigue vivo... Hoy lo has visto... Y el mundo se ha vuelto más luminoso... Representa la honradez y el testimonio de quien entendió que amar no exigía intereses. Xec, después de ese cafetito que le huele a gloria, regresa a su hogar. Y se tumba en un sofá envejecido. Espera poder dormir…

Y se adormece, recordando los momentos en que, en ese mismo sofá, acunó a sus hijos. Y aprieta, con frecuencia, con una fuerza invencible, la foto amarillenta de Ella.

¡Hace de eso ya tanto! Aunque sea también hoy…

Cuando anochezca, se paseará en batín por los confines de un hogar que se convirtió en simple casa…

Y mirará su móvil. Pero no la fotografía -duele- donde estaba Ella y él y sus hijos… Dos semanas sin llamar…

Mirará después las noticias y entenderá que eso, tan vomitivo, un mundo en descomposición ética y al borde del abismo por mor de psicópatas, no era/es sino la acumulación, el germen de tantos desamores. Quien no ama provoca un daño comedido, quien no ama con poder…

Y sonará el móvil. Esperará llegar a tiempo. ¡Esa puñetera pierna! Esperará un «¿Cómo estás?» y recibirá, otra vez, tan solo un «¿Puedes quedarte mañana con los niños?». Y dirá que sí… Aunque solo sea para recordar, en el momento de la entrega, el rostro de un hijo. Y se convierta, a pesar de su artrosis, en un maravilloso Ulises no reconocido… Uno de esos que, al fin y al cabo, salvan el mundo, con amor, pero también con un inmerecido dolor…