Se suele decir que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. El populismo nos llevó a la Segunda Guerra Mundial y la revolución proletaria al gulag. La ruina económica y la devastación moral. Los cabreados por múltiples y diversos motivos se ven tentados a ir contra el sistema. Desde su confortabilidad se dedican a la irresponsabilidad.
Mientras medio mundo desea venir a vivir a las cuestionadas democracias occidentales, aquí observamos que el fantasma de la antipolítica pone en jaque nuestra imperfecta organización basada en la soberanía del pueblo y los derechos fundamentales.
Quien juega con fuego es muy probable que se acabe quemando. Los experimentos con gaseosa. Si el futuro son las ocurrencias y exabruptos de Trump y sus versiones locales nos dirigimos al abismo. Las democracias requieren instituciones sólidas y confianza. Desmantelar el Estado y señalar a las administraciones como los grandes males a combatir es cavar un agujero que se puede convertir fácilmente en una tumba. Buena parte de esto ya lo consignó hace 75 años el gran escritor Stefan Zweig en su magnífico libro «El mundo de ayer». Nos cuesta tanto aprender.