Conversaciones con el papel

TW

En un bar de Outes, pueblo coruñés de seis mil habitantes, tomaron buena nota del hecho, que luego se dirá, al colgar este aviso a los parroquianos: «Quien supere los 20 minutos de lectura del diario propiedad de la casa deberá leer en voz alta los titulares para sosegar el ánimo de los que esperan…».

Desandemos unos días. Se difundió que en otro bar de la comarca, que en la madrugada reunía a un grupo de tempraneros somnolientos que giraban con retintín la cucharilla en una taza de café mientras esperaban su turno, un vecino se arrancó de pronto con un murmullo que pareció más bien un jadeo. Su fastidio se dirigía a un ochentón apacible de boina y bufanda quien, abstraído, conversando con el papel, ni se inmutó; o acaso reclinó un poco más la cabeza hacia el pliego, que lo mantenía absorto, que era sin duda el objeto que el vocero reclamaba con una vehemencia hostil, similar, para entendernos, al amago reciente mostrado en la Avenida Pensilvania, que empezaba a angustiar a los demás resignados... El cliente citado de voz grave e índice amenazador apelaba a un reparto tácito de los tiempos y los usos del referido objeto de deseo. Al fin, nuestro ochentón de bufanda y boina calada cedió y con cierto desdén, ninguneando a la otra parte, depositó el periódico en la barra a la vez que rendía un euro con diez céntimos, mientras el camarero templaba gaitas con la flojera que generan los conflictos que se repiten a diario. ¿Crisis en la prensa de papel…?