A menudo ocurre que cuando se hace justicia en el mundo o simplemente tiene lugar un acto de generosidad, ya es demasiado tarde. Parece que esto es lo que le ha pasado al indio siux-chippewa Leonard Peltier, activista del Movimiento Indio Americano, que fue condenado a cadena perpetua tras los terribles acontecimientos que tuvieron lugar en Pine Ridge (Dakota del Norte) en 1975. Un indio y dos agentes federales resultaron muertos durante un tiroteo y Peltier fue el acusado, a pesar de que no había pruebas concluyentes. Ha pasado casi medio siglo en prisión y ahora, enfermo y con ochenta años, ha sido liberado por Biden, aunque deberá permanecer bajo arresto domiciliario en su tierra.
Noticias como esta nos hacen dudar de si la justicia existe realmente. Parece que no. Pero, en el fondo, qué más nos da. Y para qué perder el tiempo en tales asuntos, que solo afectan a un núcleo reducido de personas, condenadas a vivir en reservas y a pasar grandes calamidades para subsistir. De todas formas, aunque sea poco y tarde, no podemos dejar de alegrarnos por él y los suyos. Yo me alegro. Hace tiempo -por cuestiones laborales- me aficioné mucho a leer libros sobre indios y aprendí cosas sobre sus costumbres y sobre su sabiduría, que es impresionante. Ya nos gustaría a nosotros ser capaces de entender como ellos que la propiedad personal de la tierra es inconcebible. La tierra no les pertenecía y no se heredaba. Las armas, los vestidos o los caballos sí que se podían poseer; pero la tierra, no. Incluso después de ser degradados por el alcohol y las armas de fuego siguieron pensando que la tierra era sagrada. Nada que ver con las ansias desenfrenadas de ciertos gobernantes actuales por anexionarse países, golfos, canales o lo que sea. Cualquier cosa sirve. Y en esas estamos. Ojalá que Leonard Peltier viva feliz.