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En una era marcada por la inmediatez de la información, la mentira se ha convertido en un recurso frecuente en la vida pública, desdibujando las fronteras entre la verdad y la manipulación. Políticos, instituciones y figuras públicas recurren cada vez más a falsedades estratégicas para modelar percepciones, ganar apoyo o eludir responsabilidades. En España, esta práctica ha alcanzado su máxima expresión en la acción de gobierno de Pedro Sánchez, donde la mentira ha pasado de ser una herramienta ocasional a convertirse en el eje central de su forma de gobernar.

El vínculo entre mentira y poder no es nuevo. Desde tiempos antiguos, líderes y gobernantes han utilizado el engaño para consolidar su autoridad o justificar sus acciones. Maquiavelo, en su obra «El Príncipe», ya señalaba que el gobernante debía ser astuto como un zorro para engañar a quienes lo rodean. Sin embargo, lo que en otras épocas podía considerarse estrategia política, hoy se interpreta como una vulneración al derecho ciudadano a la verdad. En el caso del gobierno de Pedro Sánchez, esta herencia maquiavélica se ha llevado a extremos inéditos, donde las falsedades reiteradas no solo buscan justificar decisiones, sino también redefinir la realidad para consolidar su proyecto político.

Desde su llegada al poder en 2018, Pedro Sánchez ha demostrado una habilidad singular para construir relatos que casi nunca coinciden con los hechos. Su trayectoria política está plagada de promesas incumplidas y contradicciones flagrantes que han minado la confianza de amplios sectores de la población. Ejemplos como su compromiso inicial de no pactar con Podemos, su afirmación de que nunca negociaría con partidos independentistas o su promesa de no indultar a los líderes del procés son algunas de las mentiras más notorias que han marcado su mandato, junto con la de negar una y otra vez que nunca pactaría con los herederos de ETA (Bildu), que hoy está blanqueando de forma inmoral y vergonzosa.

Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados

Como vemos, bajo el liderazgo de Sánchez, la mentira no es una simple consecuencia de la improvisación, sino una herramienta deliberada de gestión. Como ya he apuntado en reiteradas ocasiones, se han utilizado falsedades para justificar decisiones impopulares, desde la negociación con partidos condenados por apoyar el terrorismo hasta la concesión de privilegios a los independentistas catalanes a cambio de su apoyo parlamentario. Estas mentiras no solo han erosionado la credibilidad del gobierno, sino que también han polarizado aún más a la sociedad española.

Por otra parte, la estrategia de Pedro Sánchez también incluye la manipulación sistemática de datos y narrativas. Un ejemplo recurrente es el uso de cifras económicas que no reflejan la realidad. Mientras se celebran datos de crecimiento o reducción del paro, las condiciones reales de los trabajadores, el aumento del coste de vida y la precariedad laboral cuentan una historia muy distinta. Nunca los índices de pobreza en general y de pobreza infantil en particular, habían sido tan elevados en época democrática. Además, las reiteradas negativas del gobierno a admitir errores en la gestión de la pandemia, las crisis energéticas o las políticas migratorias han sido sustentadas por una maquinaria comunicativa de propaganda, destinada a diluir responsabilidades.

Quizá uno de los episodios más representativos de esta dinámica sea la promoción de la llamada ‘agenda progresista’, donde se presentan leyes y reformas como grandes avances sociales, mientras se ignoran o minimizan sus consecuencias negativas. Leyes como la del ‘solo sí es sí’, que provocó la rebaja de penas para delincuentes sexuales, la ley de memoria democrática, que divide a los españoles en buenos y malos, o las reformas judiciales para beneficiar a aliados políticos, han sido justificadas con argumentos falaces que posteriormente fueron desmentidos por la realidad.

Todo ello hace que la gestión basada en la mentira contribuya a una fragmentación sin precedentes de la sociedad. Las falsedades repetidas generan dos efectos perversos: por un lado, confirman los prejuicios de un sector de la población afín al gobierno; por otro, desacreditan cualquier voz crítica, independientemente de su apego a la verdad. Mientras los medios públicos son utilizados para reforzar narrativas oficiales y las voces discrepantes son tachadas de extremistas o desinformadoras, la sociedad queda presa de un clima de desconfianza y confrontación que debilita la convivencia democrática.

Frente a esta grave crisis de confianza, surge un debate fundamental: ¿es posible recuperar la honestidad en la vida pública? Por desgracia el gobierno de Pedro Sánchez ha normalizado de la mentira como herramienta de poder, y ello plantea un desafío inédito para las instituciones democráticas. La falta de mecanismos efectivos de control y rendición de cuentas ha permitido que esta dinámica se esté perpetuando y sea asumido con normalidad por parte de una gran mayoría de la ciudadanía, sin compromiso de reacción.

Pues bien, para contrarrestar la mentira del Gobierno Sánchez y la manipulación, es imprescindible que los medios de comunicación y las instituciones recuperen su papel de contrapeso frente al poder. Por su parte, los ciudadanos tenemos un papel clave en la lucha contra la mentira, que consiste en fomentar el pensamiento crítico y la exigencia de ética en el discurso público de nuestros políticos.

El gobierno de Pedro Sánchez ha demostrado que la mentira puede ser una estrategia efectiva para mantenerse en el poder, pero también ha evidenciado sus consecuencias devastadoras para la sociedad. En este momento histórico donde la información es un recurso tan valioso como escaso, el compromiso con la verdad debe ser la prioridad de líderes y ciudadanos por igual. Debemos ser capaces de exigir y construir un entorno donde la verdad prevalezca sobre el interés, y la honestidad se recupere como el cimiento de la vida pública. El futuro de nuestra democracia depende de ello. Sin verdad, no hay confianza; sin confianza, no hay legitimidad.